XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
– CICLO A –
17 de septiembre de 2023
EVANGELIO: Mt 18, 21-35
En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?».
Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.
Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo: “Págame lo que me debes”.
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”. Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido.
Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste ¿no debías tener tú también compasión de un compañero, como yo tuve compasión de ti?”. Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».
COMENTARIO A LA PALABRA
La pregunta que hoy hace Pedro a Jesús es de una actualidad tal, que deberíamos hasta estar agradecidos con él por habérsela hecho. El Señor nos da la respuesta a la pregunta ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano? Nos responde con un número exorbitante: setenta veces siete. Si con sólo leerlo ya nos da pereza, cuánto más para realizarlo.
Nos ofendemos unos a otros fácilmente, de forma deliberada o sin querer; todos sufrimos las ofensas o las hacemos sufrir a otros. Es un tema delicado, sin duda. Un tema en el que Jesús insiste en muchas ocasiones y de diversas maneras en los Evangelios.
Pero el Señor no quiere que lo vivamos como una exigencia moral sin más, sino como un fruto de un encuentro con el Perdón. En estas situaciones el Señor nos llama a cambiar el foco y a responder a las ofensas o deudas con compasión.
Siendo sinceros, compadecernos del que nos ofende no es lo primero que nace en nuestro corazón. Esta experiencia de compasión sólo podemos tenerla con los demás después de haberla experimentado nosotros mismos.
Sólo después de un encuentro con Aquel que ha cargado sobre sí todos nuestros pecados, que se ha convertido en un gusano, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo (cfr. Salmo 22, 6); más aún, que se ha hecho un maldito ante su pueblo – porque dice la Escritura – “maldito el que cuelga de un madero” (cfr. Gal 3,13).
Es tiempo para ajustar cuentas con el Rey. Envía a su propio Hijo para llevarnos ante Él; el Príncipe de la paz lleva roja la túnica de sangre, camina con pies sangrantes y está coronado de espinas. Él se hace cargo de las cuentas y nos justifica hasta llegar a decir: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34).
Y cuando experimentamos que realmente sus palabras son verdaderas en nosotros, que necesitamos su perdón y que nos lo ha concedido gratuitamente, nuestro corazón experimenta la compunción, la humildad y la compasión. Tenemos la experiencia de que, sin su misericordia, somos unos esclavos y vivimos ahogados con los intereses que traen los “negocios turbios”.
Sólo esta profunda, real y consciente experiencia de necesidad hace permite que se caigan las escamas de nuestros ojos y reconozcamos que el que nos ha ofendido es tan frágil y pobre como nosotros, que tampoco sabe lo que hace.
Este encuentro es necesario que se produzca HOY en la vida de cada uno. Hoy y cada día, para que al sabernos amados en nuestra debilidad, vivamos los encuentros o situaciones, no desde el fastidio de las ofensas, ahogando al prójimo hasta que nos pague lo poco o mucho “que nos debe”, sino vivamos en la plena libertad de los hijos de Dios – y dejemos vivir en ella – reconciliados, gozosos, agradecidos, enamorados del Dios que se ha compadecido de nosotros.
MEDITACIÓN Y ORACIÓN
“A ti, oh Dios, fuente de misericordia, me acerco como pecador que soy. Dígnate pues lavar a este inmundo. Oh, sol de justicia, ilumina a un ciego. Oh médico eterno, sana a este herido. Oh Rey de reyes, vestid a un desnudo. Oh mediador entre Dios y los hombres, reconcilia a un culpable. Oh buen pastor, reconduce al errante.
Dios de bondad, haz volver a este fugitivo, atrae al que se resiste, levanta al que cae, sostén al que está en pie, dirige al que camina. No te olvides de quien te olvida, no abandones a quien te abandona, no desprecies a quien peca. Pues yo he pecado Dios mío, y así te he ofendido a ti, hice daño a mi prójimo y no tuve piedad de mi mismo.
He pecado, Dios mío; por fragilidad, contra ti, Padre Todopoderoso; por ignorancia, contra ti, Hijo lleno de sabiduría; por malicia, contra ti, Espíritu Santo, con todo esto te he ofendido, Adorable Trinidad…. Por ello te suplico; mira mi fragilidad, no mi iniquidad, con vuestra inmensa bondad; y repara con clemencia lo que he hecho, concediéndome dolor por mis faltas pasadas y una eficaz vigilancia en lo venidero. Amén.” (Santo Tomás de Aquino)
¿Desea escribir un comentario?