DOMINGO V DE PASCUA – Ciclo A
10 de Mayo de 2020
EVANGELIO: Jn 10, 1- 12
«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino». Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».Jesús le responde: «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto». Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Jesús le replica: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre».»
COMENTARIO A LA PALABRA
En el quinto domingo de Pascua, el Evangelio nos relata parte del discurso de despedida de Jesús. Antes de sufrir su pasión, muerte y resurrección, reúne a sus discípulos en torno al banquete pascual. En un ambiente íntimo de amor y amistad, Él les exhorta a que su corazón no se turbe ante el misterio doloroso de la cruz que van a vivir
Jesús vuelve al Padre, pero no sin antes anunciarnos una gran noticia a nosotros, sus discípulos: «En la casa de mi Padre hay muchas moradas… me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros». El deseo de Cristo es que estemos donde Él está: en los cielos, en la casa del Padre. Él quiere que vivamos con Él para siempre, desea que la morada del Padre sea nuestra morada. Quiere hacernos partícipes de su vida divina. Y este don maravilloso Jesús lo ha ganado para nosotros gracias a su gran obra de redención y salvación: el sacrificio de la cruz.
Por su Encarnación, al hacerse hombre, el Verbo «puso su morada entre nosotros», hizo del mundo su casa. La subida al cielo no es un abandono, sino el paso previo para hacer del cielo «nuestra casa». Así, como dice San Pablo, «viviremos siempre con El».
Mientras esperamos ese día, en que se nos reciba en las moradas eternas, Cristo sigue con nosotros, en la Eucaristía y haciendo de nuestro propio corazón su casa, según su promesa: «El que me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él.» (Jn 14, 23)
Este evangelio nos invita a confiar en la promesas de Dios, pues Él va delante de nosotros, vence todo obstáculo, nos precede y nos prepara el camino. No somos nosotros los que preparamos un lugar en el cielo con nuestras obras, sino que es Cristo, por puro amor, quien nos prepara un lugar para ir a la casa del Padre y vivir siempre con Él. Gracias a su sacrificio, Él ha destruido todo lo que nos separa, para que por medio de Él, vayamos a Dios, y podamos lograr la plenitud de la felicidad para la que fuimos creados.
MEDITACIÓN
«Solo el que “salió del Padre” puede “volver al Padre”: Cristo (cf. Jn 16, 28). “Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre” (Jn 3, 13; cf. Ef 4, 8-10). Dejada a sus fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a la “Casa del Padre” (Jn 14, 2), a la vida y a la felicidad de Dios. Sólo Cristo ha podido abrir este acceso al hombre, “ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino” (Prefacio de la Ascensión).
«Vivir en el cielo es “estar con Cristo” (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1Ts 4,17). Los elegidos viven “en Él”, aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2, 17): «Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino»» (San Ambrosio).
«Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha “abierto” el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo, quien asocia a su glorificación celestial a aquellos que han creído en Él y que han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a Él.» (Catecismo de la Iglesia Católica nº 661, nº 1025- 1026)
ORACIÓN
«Oh, Dios, que nos haces partícipes de tu única y suprema divinidad
por el admirable intercambio de este sacrificio, concédenos alcanzar en una vida santa la realidad que hemos conocido en ti.
Por Jesucristo, nuestro Señor.» (Oración sobre las ofrendas).
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