FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR
– CICLO B –
7 de enero de 2024
EVANGELIO: Mc 1, 7-11.
En aquel tiempo, proclamaba Juan: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo». Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco».
COMENTARIO A LA PALABRA
Para captar el sentido profundo del bautismo, es necesario volver a meditar en el misterio del bautismo de Jesús, al comienzo de su vida pública. Sometiéndose al bautismo de Juan, Jesús lo recibe no para su propia purificación, sino como signo de solidaridad redentora con los pecadores. Más tarde llamará «bautismo» a su pasión, experimentándola como una especie de inmersión en el dolor, aceptada con finalidad redentora para la salvación de todos.
En el bautismo en el Jordán, Jesús obtiene una efusión especial del Espíritu, que desciende en forma de paloma, es decir, como Espíritu de la reconciliación y de la benevolencia divina. Este descenso es preludio del don del Espíritu Santo, que se comunicará en el bautismo de los cristianos.
Además, una voz celestial proclama: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» (Mc 1, 11). Es el Padre quien reconoce a su propio Hijo y manifiesta el vínculo de amor que lo une a él. En virtud de la filiación divina conferida por el bautismo, puede decirse que para cada persona bautizada e injertada en Cristo resuena aún la voz del Padre: «Tú eres mi hijo amado». En el bautismo de Cristo se encuentra la fuente del bautismo de los cristianos y de su riqueza espiritual.
San Pablo ilustra el bautismo sobre todo como participación en los frutos de la obra redentora de Cristo, subrayando la necesidad de renunciar al pecado y comenzar una vida nueva. El bautismo cristiano, precisamente porque sumerge en el misterio pascual de Cristo (…) es un signo eficaz, que obra realmente la purificación de las conciencias, comunicando el perdón de los pecados. Confiere, además, un don mucho mayor: la vida nueva de Cristo resucitado, que transforma radicalmente al pecador.
Pablo muestra el efecto esencial del bautismo, cuando escribe a los Gálatas: «Todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo» (Ga 3, 27). Los cristianos, precisamente porque están «bautizados en Cristo», son por una razón especial «hijos de Dios». El bautismo produce un verdadero «renacimiento».
El Espíritu Santo hace nacer y crecer en el cristiano una vida «espiritual», divina, que anima y eleva todo su ser. A través del Espíritu, la vida misma de Cristo produce sus frutos en la existencia cristiana.
¡Don y misterio grande es el bautismo! Es de desear que todos los hijos de la Iglesia, (…) tomen conciencia cada vez más profunda de ello.
(San Juan Pablo II, papa. Catequesis (01-04-1998): El bautismo, fundamento de la existencia cristiana. Audiencia General, Miércoles 1 de abril de 1998.)
ORACIÓN Y MEDITACIÓN
“En verdad es justo darte gracias y exaltar tu nombre, Padre santo y misericordioso, por Jesucristo, Señor y redentor nuestro. Te alabamos, te bendecimos y te glorificamos por el sacramento del nuevo nacimiento. Tú has querido que del corazón abierto de tu Hijo manara para nosotros el don nupcial del Bautismo, primera pascua de los creyentes, puerta de nuestra salvación,
inicio de la vida en Cristo, fuente de la humanidad nueva. Del agua y del Espíritu engendras en el seno de la Iglesia, virgen y madre, un pueblo de sacerdotes y reyes, congregado de entre todas las naciones en la unidad y santidad de tu amor. Por este don de tu benevolencia tu familia te adora y, unida a los ángeles y a los santos, canta el himno de tu gloria.” (Prefacio del Bautismo, Misal Romano)
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