XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
– CICLO A –
15 de Octubre de 2023
EVANGELIO: Mt 22, 1-10
En aquel tiempo, Jesús volvió a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo:
«El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar otros criados encargándoles que dijeran a los convidados:
«Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda».
Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás agarraron a los criados y los maltrataron y los mataron.
El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad.
Luego dijo a sus criados:
«La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, llamadlos a la boda».
Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales.
COMENTARIO A LA PALABRA
El evangelio de hoy está relacionado con los de los domingos anteriores: narra el amor de Dios que no es acogido, pero que no se cansa de amar y buscar quien acepte su Amor. Recordemos la actitud de los dos hijos ante la invitación de ir a trabajar a la viña (Domingo XXVI); o bien, la de los trabajadores de la viña, que llegan a matar al hijo para quedarse con su herencia (Domingo XXVII).
Pues bien, hoy el Reino de los Cielos se nos presenta con la imagen del banquete preparado por un Rey para celebrar la boda de su Hijo. En la Sagrada Escritura, la máxima felicidad se representa con una comida abundante, con vino, con amistad e intimidad para invitar a aquellas personas más queridas y cercanas. Esta es con frecuencia la imagen que Jesús escoge para explicar la Vida Eterna, el cielo al que todos estamos llamados.
La parábola es una llamada a la conversión, a acoger el Amor de Dios que “necesita” de nuestra disposición a ser amados, de nuestra aceptación de la invitación al banquete. Invitación que Dios permanentemente nos está haciendo, y que espera nuestra respuesta.
Cristo resucitado es el Esposo de la Iglesia, y el “Banquete” por excelencia es la Eucaristía. Él ha dado su vida por cada uno de nosotros para salir a nuestro encuentro, para atraernos a su Amor. Y cada Eucaristía es “Memorial”, es decir, no “recuerdo”, sino “actualización”. Cristo Muerto y Resucitado por mí, AQUÍ Y AHORA. Y estamos TODOS invitados, “buenos y malos”. El Señor se hace él mismo COMIDA Y BEBIDA, no sólo para invitarnos, sino incluso para convertirse en nuestro alimento. Para ello nos proporciona hasta el vestido, el “revestirnos” de Cristo mismo por el bautismo. Es una alegría desbordante, donde, como dice la primera lectura, “aniquilará la muerte para siempre, enjugará las lágrimas de todos los rostros”.
No pongamos excusas, no nos quedemos en “nuestras tierras” o en “nuestros negocios”. El amor de Dios quiere derramarse sobre nosotros. Y el Rey no tiene mayor alegría que ver que “la sala del banquete se llenó de comensales”.
MEDITACIÓN
“El banquete eucarístico es para nosotros anticipación real del banquete final, anunciado por los profetas (cf. Is 25,6-9) y descrito en el Nuevo Testamento como « las bodas del cordero » (Ap 19,7-9), que se ha de celebrar en la alegría de la comunión de los santos”. (Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis, n. 31)
ORACIÓN
“En verdad es justo darte gracias, es bueno bendecir tu nombre,
Padre santo, Dios de misericordia y de paz.
Porque has querido que tu Hijo obediente hasta la muerte de cruz,
nos precediera en el camino del retorno a ti,
término de toda esperanza humana.
En la Eucaristía, testamento de su amor,
él se hace comida y bebida espiritual,
para alimentarnos en nuestro viaje hacia la Pascua eterna.
Con esta prenda de la resurrección futura,
en la esperanza participamos ya de la mesa gloriosa de tu reino
y, unidos a los ángeles y a los santos,
proclamamos el himno de tu gloria”.
(Prefacio de la Santísima Eucaristía III)
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