DOMINGO IV DE CUARESMA
– CICLO B –
10 de marzo de 2024
EVANGELIO: Jn 3, 14-21
«Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios. Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios».
COMENTARIO A LA PALABRA
En este Domingo “Laetare”, preludio de la Pascua, la alegría de la Iglesia es inmensa. Alegría de amor, alegría de salvación. Toda la Cuaresma es, en realidad, un tiempo gozoso de gracia y misericordia, de renovación, liberación y reconciliación. ¡Camino hacia la Resurrección!
Este prodigio se realiza por etapas: el primer paso es reconocer que nos hemos perdido por el camino, nos hemos equivocado muchas veces y con nuestra humilde confesión nos presentamos llenos de confianza ante Dios. De Él esperamos redención, luz y vida. Y no seremos defraudados porque como nos recuerda la liturgia de la Palabra hoy: su amor hacia nosotros es absoluto, fiel, gratuito y salvador. Estando nosotros muertos por los pecados, nos amó y nos envió a su Hijo, no para condenarnos sino para salvarnos, para librarnos de las tinieblas, de la muerte. Para darnos una vida nueva: vida de amor, alegría y paz.
La vida cambia cuando uno se siente amado por Dios en su pobreza, su fragilidad, sus fracasos y pecados. No hay palabras para describir lo que se experimenta al ver que el Señor se inclina desde el cielo hasta el polvo en el que te encuentras y a ti, pobre, te alza de la basura para sentarte entre príncipes y heredar un trono de gloria. Entonces uno sabe lo que es la alegría que no muere. Todo es luz. Nada se compara con este abrazo del Padre. Todo palidece y pierde importancia al lado de esta fuerza que colma tu debilidad. Ves que todo es gracia, que tu historia tiene sentido, que existe una esperanza y un porvenir. Podemos esperar cielos nuevos y tierra nueva. Somos obra suya y Él nunca nos abandonará. No descansará hasta vernos revestidos de justicia y santidad, a su lado, para siempre.
Esto es profundamente sanador y liberador. Esto es vivir, esto es gozar. “¡Oh, feliz culpa que mereció tal Redentor!”: Grita ebria de júbilo la Iglesia, en la noche de Pascua, con un atrevimiento inaudito. Ante este Dios nuestro, tan asombroso, no sabemos cómo reaccionar, qué responder. Toda alabanza y adoración quedan cortas. Él nos dice que sólo quiere una cosa: que miremos a Jesucristo, el Hijo Único, don que nos ha entregado, precio de nuestra salvación. Que creamos en Él, es decir, que le abramos los brazos, el corazón; que le aceptemos como nuestro Maestro y Señor; que nos unamos y entreguemos a Él sin límites.
El Señor renueva su entrega cada día, renovemos nosotros nuestra acogida amorosa. ¡Fuera las tinieblas! Acerquémonos a la luz. Recibamos su misericordia, permanezcamos en su amor. Y que su alegría llegue en nosotros a su plenitud, tal como es su deseo.
MEDITACIÓN
“¡Inestimable, eterno e infinito bien; amor loco! ¿Es que necesitas de la criatura? Eso me parece, puesto que obras como si no pudieras vivir sin ella, siendo así que tú eres la causa de su vida, pues la vida de todas las cosas depende de ti y sin ti nadie vive. ¿Cómo has enloquecido de este modo? Porque te has enamorado de lo que has creado… Como embriagado andas buscando su salvación… Tú la vas cercando; ella se aleja y tú te acercas a ella.” (Santa Catalina de Siena)
ORACIÓN
“Yo te amo y estoy maravillado ante ti, yo te bendigo. Por los beneficios que me has hecho y de los cuales yo soy indigno, yo te amo porque tú eres digno de amor y porque tú me has llamado. Porque tú eres mi bienhechor y has tomado mi corazón. Porque eres indulgente y perdonas mis pecados. Porque te inclinas al perdón y has olvidado mis ofensas. Porque eres eterno y me mantienes viviente.” (Santo Tomás de Aquino)
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