SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS
9 de junio de 2019
EVANGELIO: Juan 20, 19-23
“Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
– «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
– «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
– «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»”
COMENTARIO A LA PALABRA
Celebramos hoy la Solemnidad de Pentecostés, plenitud de la celebración de la Pascua. Cristo se encarnó, murió y resucitó, y hoy entrega su Espíritu: nace la Iglesia. Hoy se da, por tanto, una nueva creación.
La narración del Evangelio de San Juan nos hace recordar lo que leemos en el Génesis: “El Señor Dios modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz aliento de vida; y el hombre se convirtió en ser vivo” (Génesis 2, 7). San Juan nos dice: “Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. Con el derramamiento del Espíritu Santo el día de Pentecostés, los apóstoles pierden el miedo, e inician la predicación de la Salvación, comenzando por el perdón de los pecados. La Redención obrada por Cristo con su muerte y resurrección comienza a ser anunciada a todos los pueblos por la Iglesia naciente, con la fuerza del Espíritu. Así lo prometió Jesús en la Última Cena: “El Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho” (Jn 14, 16).
Entregando su Espíritu, Dios no nos da algo inferior a sí mismo, sino que se da Él mismo, la tercera persona de la Santísima Trinidad; y se da totalmente para darnos vida, su misma Vida. Así lo invocamos en el Credo: “Señor y dador de Vida”.
Concluida la misión de Cristo en la tierra, comienza ahora la de la Iglesia, la NUESTRA. El Espíritu nos une en la diversidad, expresada en la multiplicidad de las lenguas, nos regala el don de la santidad. Él es el artífice de los sacramentos, el que convierte el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor, el que obra el perdón de los pecados, el que infunde en nosotros la vida de Dios por el bautismo. La misma Palabra de Dios cobra vida en nosotros por obra del mismo Espíritu. Y Dios mismo ha hecho de nuestro corazón templo del Dios vivo, para que allá donde vayamos llevemos su presencia a quienes nos rodean, y podamos transmitir el gozo de formar parte de un Pueblo de Reyes y Nación Santa, la Iglesia de Jesucristo.
MEDITACIÓN
“Sin el Espíritu Santo,
Dios está lejos,
Cristo permanece en el pasado,
el Evangelio es letra muerta,
la Iglesia una simple organización
la autoridad sería dominación,
la misión una propaganda,
el culto una evocación
y el actuar cristiano una moral de esclavos.
Pero con la presencia del Espíritu,
el cosmos se eleva y gime en el parto del Reino,
Cristo resucitado está presente,
el Evangelio es potencia de vida,
la Iglesia significa la comunión trinitaria.
la autoridad es un servicio de liberación,
la misión es un Pentecostés,
la liturgia una memoria y anticipación,
el actuar humano se deifica.”
(Ignacio IV Hazin, patriarca de la iglesia grego-ortodoxa de Siria )
ORACIÓN
“Oh, Dios, que has comunicado a tu Iglesia los bienes del cielo, conserva la gracia que le has dado, para que el don infuso del Espíritu Santo sea siempre nuestra fuerza, y el alimento espiritual acreciente su fruto para la redención eterna. Por Jesucristo, Nuestro Señor. AMEN.” (Oración después de la Comunión)
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