DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C
13 de noviembre de 2022
EVANGELIO: Lc 21, 5-19
En aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida». Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?». Él dijo: «Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida».
Entonces les decía: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio. Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.
Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».
COMENTARIO A LA PALABRA
Aférrate a Jesucristo. En estas tres palabras se puede resumir todo el mensaje del Evangelio de hoy. La vida humana, en general, y la cristiana de manera muy particular, están llena de dificultades externas e internas. Nuestro mundo está herido: discordias, violencias, injusticias, guerras, enfermedades, hambre… Y abundan además la indiferencia, la incomprensión y el odio a la fe. Muerte y pecado hacen estragos. Lo vemos con claridad en nuestros días.
El Señor nos invita a vivir en medio de todo esto con paz. Porque la representación de este mundo acaba. No quedará piedra sobre piedra. Tanto sus seductores encantos como sus trabajos y penas tienen fecha de caducidad y no son nada en comparación a la gloria y el esplendor del Nuevo Cielo y de la Nueva Tierra que se están gestando. Esta es nuestra esperanza, la que nos trajo la resurrección de Cristo, y si no la tuviéramos seríamos los más desgraciados, como dice san Pablo.
No es ilusión vana sino una realidad que vivimos, ya en parte, en el presente hasta que llegue su plenitud al final de los tiempos. Pero nos advierte el mismo Señor: antes de eso hay que pasar por mucho. Lo importante es que Él no nos deja solos, está con nosotros todos los días y tiene pleno poder en todo el universo ya desde ahora. En nuestros aprietos y sufrimientos nos dice: “¡No se turbe vuestro corazón! Creed en mi” (Jn 14,1), “Basta que tengas fe” (Mc 5,21). “Por todos lados nos presionan las dificultades, pero no nos aplastan. Estamos perplejos pero no caemos en la desesperación. Somos perseguidos pero nunca abandonados por Dios. Somos derribados, pero nunca aniquilados. Llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús para que se manifieste en nosotros su Vida” (2Co 4,8-10). Padecemos con y por el Señor sabiendo que el que cree en Él no perecerá jamás sino que tiene vida eterna, desde ya. Vida, felicidad, gozo y paz que nos acompañan en nuestras luchas y descansos.
No nos despistemos con falsos profetas, con propuestas vacías. Permanezcamos en el Señor. Así, no perecerá ni un cabello de nuestras cabezas. Y nos levantaremos una y otra vez de las pruebas hasta que salgamos relucientes del crisol para gozar de una corona eterna. Con nuestra perseverancia, fe, confianza y amor salvaremos nuestras almas. Así que, como dice Ben Sirá: “Mantén el corazón firme, sé valiente, no te asustes. ¡Pégate a Él! No lo abandones” (Si 2,2s). ¡Ánimo y adelante! Firmes aunque se hunda el mundo, con los ojos fijos en Él.
MEDITACIÓN
“El Señor me ha garantizado su protección, no es en mis fuerzas que me apoyo. Tengo en mis manos su palabra escrita. Éste es mi báculo, ésta es mi seguridad, éste es mi puerto tranquilo. Aunque se turbe el mundo entero, yo leo esta palabra escrita que llevo conmigo, porque ella es mi muro y mi defensa. ¿Qué es lo que ella me dice? Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Cristo está conmigo, ¿qué puedo temer? Que vengan a asaltarme las olas del mar y la ira de los poderosos; todo eso no pesa más que una tela de araña.” (San Juan Crisóstomo)
ORACIÓN
Tú que habitas al amparo del Altísimo,
que vives a la sombra del Omnipotente,
di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío,
Dios mío, confío en Ti».
Él te librará de la red del cazador,
de la peste funesta.
Te cubrirá con sus plumas,
bajo sus alas te refugiarás:
Su brazo es escudo y armadura.
No temerás el espanto nocturno,
ni la flecha que vuela de día,
ni la peste que se desliza en las tinieblas,
ni la epidemia que devasta a mediodía.
Caerán a tu izquierda mil,
diez mil a tu derecha;
a ti no te alcanzará.
Nada mirar con tus ojos,
verás la paga de los malvados,
porque hiciste del Señor tu refugio,
tomaste al Altísimo por defensa. No se te acercará la desgracia,
ni la plaga llegará hasta tu tienda,
porque a sus ángeles ha dado órdenes
para que te guarden en tus caminos;
te llevará en sus palmas,
para que tu pie no tropiece en la piedra;
caminarás sobre áspides y víboras,
pisotearás leones y dragones.
«Se puso junto a mí: lo libraré;
lo protegeré porque conoce mi nombre,
me invocará y lo escucharé.
Con él estaré en la tribulación,
lo defenderé, lo glorificaré,
lo saciaré de largos días
y le haré ver mi salvación».
(Salmo 90)
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