DOMINGO V DE PASCUA – CICLO B
2 de Mayo de 2021
Evangelio: Juan 15,1-8
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».
COMENTARIO A LA PALABRA
Un par de semanas antes de la Ascensión, Jesús nos invita a la intimidad del cenáculo para preparar nuestros corazones, y lo hace abriendo el suyo traspasado.
Nos explica el misterio de predilección del Padre por nosotros. Él ha puesto todo en las manos de su Hijo amado, nosotros formamos parte de ese TODO al haber sido injertados por el Bautismo en la Vid Verdadera para formar parte de la viña santa, del pueblo escogido por Dios. Esta vida que recibimos por el Espíritu Santo está destinada a ser fecunda.
En definitiva, el Padre sigue trabajando(Jn 5, 17), Él poda las ramas para que den más fruto. Pero la poda es una realidad difícil de vivir, podríamos decir que imposible desde nuestras fuerzas sin la luz de la fe.
Por eso hoy Jesús nos da la clave: permaneced en mí, y yo en vosotros… porque sin mí no podéis hacer nada. “Permanece en mí como yo en ti, porque sin mí no puedes. Confía porque mi Padre conoce las ramas que te quitan la paz y turban tu corazón, las que utilizan la savia de las ramas que necesitan ser fortalecidas y de las que están ya dando fruto”.
A vivir en esta confianza y abandono nos invita hoy el Señor. Dios jamás permitiría algo en nuestra vida que pueda separarnos de Él, de su amor… si no queremos hacerlo.
Esa libertad no nos la quita nadie: ante las pequeñas y grandes podas de la vida podemos rebelarnos, dar coces contra aguijón y dejar que la rama se seque o produzca los agraces del adulterio, fornicación, inmundicia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas… (Ga 5, 19-21).
O bien, activar la fe recibida en el bautismo para que fluya en nosotros la savia de la gracia y producir frutos con sabor a vida eterna: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza (Ga 5, 22-23).
Sí, estos son los frutos de la Vid Verdadera y de la libertad del hombre, que recibimos de la generosidad de Dios y se las presentamos para que sean bebida de salvación. Para producir CON CRISTO, POR ÉL Y EN ÉL el Vino Bueno que alegra el corazón del hombre. Para que nuestra vida sea EUCARISTÍA:
¡BENDITO SEAS POR SIEMPRE, SEÑOR!
Meditación
“Todo nos viene de Él, salud y enfermedad, bienes temporales, desgracias y reveses en la vida…, todo, absolutamente todo, lo tiene ordenado con perfección, y si alguna vez la criatura se rebela contra lo que Dios le manda, comete un pecado, pues todo es necesario y todo está bien hecho; y son necesarias las risas y las lágrimas, y de todo podemos sacar provecho para nuestra perfección, siempre que con espíritu de fe, veamos la obra de Dios en todo, y quedemos como niños en las manos del Padre…
El estar colgado de las manos de Dios es la gran felicidad de la tierra.
Alaba a Dios. Alábale en todo momento, aun cuando el dolor nos aprisione, el corazón se nos desgarre e incluso la desolación se apodere de nosotros. Alaba a Dios en todo momento. No hay oración que Dios agradezca más. Ni tampoco hay oración que nos acerque más a Él.”
San Rafael Arnáiz. El hermano Rafael, peregrino. Págs. 94-95
Oración
“Padre, me pongo en tus manos,
haz de mí lo que quieras,
sea lo que sea, te doy las gracias.
Estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo,
con tal que tu voluntad
se cumpla en mí,
y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Padre.
Te confío mi alma,
te la doy con todo el amor
de que soy capaz,
porque te amo.
Y necesito darme,
ponerme en tus manos
sin medida,
con una infinita confianza,
porque Tú eres mi Padre”.
Charles de Foucauld
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