DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C
6 de noviembre de 2022
Evangelio: Lc 20, 27-38
En aquel tiempo, se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y preguntaron a Jesús: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer».
Jesús les dijo: «En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos».
COMENTARIO A LA PALABRA
Tras un largo recorrido con Jesús, finalmente hemos llegado a Jerusalén. Estas perícopas pueden recordarnos cuando se había quedado a los doce años en el Templo, y al encontrarlo su Madre, estaba rodeado de doctores haciéndoles preguntas, admirados de su sabiduría. Pero ahora tienen un matiz diferente: las preguntas encierran cuestionamientos que, más que la verdad, buscan -con una casuística algo rebuscada- atrapar a Jesús en sus mismas palabras y tener así una excusa para matarlo.
Pero a Él nadie le quita la vida, sino que la entrega libremente (cf. Jn 10, 18) por amor. No tiene miedo a las amenazas de sus enemigos, sino que de sus labios se derrama la gracia y a la maldad se le tapa la boca (cf. Sal 45,2; 107,42). El Maestro aprovecha estas ocasiones para disipar tinieblas y abrirnos el camino de la fe y la esperanza: la resurrección.
Es una Buena Noticia, un Evangelio central para todos los cristianos, porque en él, Jesús nos dice que el Dios de quien habla, es un Dios vivo. Es el Dios de Abrahán, de Isaac, de Jacob, de Moisés, de David, de Isaías, de José, de la Virgen María y esta lista podría llegar hasta ti hoy.
Es el Dios en el que confiaron la madre y los siete hermanos mártires de la primera lectura. Es de quien san Pablo afirma que es fiel y nos dará fuerzas y nos librará del malo (2 Ts 3,1) hasta llegar a descubrir que para él la Vida es Cristo y una ganancia el morir (cfr. Flp 1, 21).
Él es el ÚNICO, el verdadero, el que permanece para siempre; es EL CLEMENTE Y MISERICORDIOSO, el que ES y hace ser.
Ante esto ¿qué diremos? Es verdad que nuestro corazón es pequeño, pero anhela un amor infinito; nuestra mente limitada, pero abierta a una verdad trascendente; nuestra voluntad débil y temerosa, pero impulsada a darlo todo.
¿Es que Dios ha puesto este anhelo de eternidad para frustrarlo y que seamos los más infelices de la tierra? Pues no. Él ha trazado una historia de Salvación, ha pensado en cada uno, tiene designios de amor eterno para cada uno y nos llama a vivir, desde ahora, esta vida divina. Nos busca constantemente para que acojamos su llamada a ser felices. Seréis como ángeles nos dice, más aún seréis hijos de la Resurrección. De la Resurrección de su Hijo Amado, de Jesucristo.
Si conociéramos el don (Jn 4, 10) de Dios y quién es el que nos invita a beber de su fuente de vida eterna, quién nos unge con su Espíritu y quién ha preparado bienes que ni el ojo vio ni el oído oyó ni la mente del hombre puede pensar para quienes le aman (cfr. 1 Cor 2, 9), ya no temeríamos perder la vida por amor a Dios y los hermanos en las pequeñas cosas de cada día.
Y ahora, ¿dónde encontramos a este Dios Vivo? Él está a tu puerta, llamando. Él vive dentro de ti. Busquémosle confiados ya que, si Dios no se ha reservado a su propio Hijo, ¿cómo no nos dará todo con Él? (cfr. Rm 8, 32)
Meditación
La Resurrección de Cristo —y el propio Cristo resucitado— es principio y fuente de nuestra resurrección futura: «Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron […] del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo» (1 Co 15, 20-22). En la espera de que esto se realice, Cristo resucitado vive en el corazón de sus fieles. En Él los cristianos «saborean […] los prodigios del mundo futuro» (Hb 6,5) y su vida es arrastrada por Cristo al seno de la vida divina (cf. Col 3, 1-3) para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» (2 Co 5, 15).
(Catecismo de la Iglesia Católica n. 655)
Oración
DIOS de poder y misericordia, aparta, propicio, de nosotros toda adversidad, para que, bien dispuestos cuerpo y espíritu, podamos aspirar libremente a lo que te pertenece. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén
(Oración Colecta)
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