LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR – CICLO C
2 de Junio de 2019
EVANGELIO: Lucas 24, 46-53
«En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
Está escrito que el Mesías tenía que morir y que resucitaría al tercer día; y que en su nombre, y comenzando desde Jerusalén, hay que anunciar a todas las naciones que se vuelvan a Dios, para que él les perdone sus pecados. Vosotros sois testigos de estas cosas. Y yo enviaré sobre vosotros lo que mi Padre prometió. Pero vosotros quedaos aquí, en Jerusalén, hasta que recibáis el poder que viene de Dios.
Luego Jesús los llevó fuera de la ciudad, hasta Betania, y alzando las manos los bendijo. Y mientras los bendecía se apartó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de adorarle, volvieron muy contentos a Jerusalén. Y estaban siempre en el templo, alabando a Dios.»
COMENTARIO A LA PALABRA
La Ascensión del Señor es una de las tres solemnidades que celebramos en el Tiempo Pascual; situada a los cuarenta días de la Resurrección y muy próxima ya a Pentecostés. Los discípulos necesitaron un tiempo de asimilación del misterio. Cuarenta días en la mentalidad judía significa un tiempo cumplido, para comenzar ahora el tiempo de la madurez: “anunciar a todas las naciones que se vuelvan a Dios”.
El Señor Resucitado, que se ha aparecido a unos testigos privilegiados durante cuarenta días, sigue instruyendo a sus discípulos que lo acontecido ya estaba escrito en las Escrituras Sagradas: que el Mesías tenía que padecer, morir, ser sepultado y al tercer día resucitar y hoy se añade que asciende al cielo y está sentado a la derecha de Dios.
En el segundo libro de Reyes, encontramos un pasaje paralelo en la ascensión al cielo de Elías. Se separó de la comunidad de los profetas y pasando el Jordán, Eliseo no quería separarse de él. Le dijo entonces Elías: “-Pídeme lo que quieres que haga por ti” –“¡Qué pasen a mí dos tercios de tu espíritu! “–Contestó Eliseo–“Si logras verme cuando sea arrebatado de tu lado, pasará a ti”. Y así fue. La “promesa” del Padre iba a pasar también a todos los que vieron ascender a Jesús al cielo y, como el Señor es muy generoso, también concedió efusiones del Espíritu incluso a los paganos.
Pero todavía hacía falta esperar un poco de tiempo y ellos, después de adorarle, volvieron muy contentos a Jerusalén y estaban siempre en el templo alabando a Dios.
Sabemos por el evangelio de San Juan, que los discípulos estaban tristes ante el anuncio de la inminente partida y sin embargo una vez acontecido el hecho no dejaban de alabar a Dios. Primero en el templo, porque la oración siempre precede a la predicación; pero ya se dejan ver los campos que están maduros para la siega.
MEDITACIÓN
«Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios.» (Col 3,1 ).
Buscar los bienes de arriba significa: buscar, ante todo, a Dios. Es el último sentido de nuestra vida humana: volver a Dios, ir hacia el Padre. Pues ¿dónde está nuestra patria? No hay nada puramente terreno que puede llenar y saciar nuestro corazón. Dios es siempre la meta suprema de nuestra vida peregrina. Esto no implica que tengamos que separarnos de todo lo que nos rodea. Todo lo que es de Dios, lo llevamos al corazón del Padre. Busquemos a Dios, hallemos a Dios, amemos a Dios en todas partes. Porque las supremas riquezas no son las cosas de este mundo, sino los dones del Reino de Dios. (Padre Nicolás Schwizer).
ORACIÓN
Nos sacaste a Betania
¡Señor glorificado!
Nos preparas un lugar
un sitio destinado
desde la eternidad
que nos has reservado.
Nos das tu bendición
tu cuerpo se ha elevado.
Miramos hacia el cielo:
¡Nos quedamos pasmados!
Vuelta a Jerusalén:
misión que ha comenzado
sentimos la alegría
de verte a nuestro lado:
al enfermo has sanado,
al triste has consolado;
predicas a los pobres,
perdonas los pecados.
Esperamos tu Don,
¡Tu Nombre es alabado!
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