Solemnidad de la Natividad del Señor
25 de diciembre de 2021
Evangelio: Jn 1, 1-18
En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
COMENTARIO A LA PALABRA
Hoy la Iglesia grita jubilosa una Buena noticia, la mejor noticia, y el Universo entero se estremece de estupor y alegría: el Hijo de Dios se hizo hombre. La Iglesia, como Juan el Bautista, es testigo de esta gran luz que ha bajado a la tierra. Está entre nosotros para destruir las tinieblas que oscurecen nuestra vida. La Palabra creadora, el que es la Vida, viene a renovarnos y a resucitarnos. A través de Él vemos cara a cara a Dios y descubrimos que es Amor. Por pura misericordia y benevolencia nos envió a su Hijo para hacernos en Él, también a nosotros, hijos suyos, herederos de su gloria, su felicidad eterna, su Reino de justicia; para llenarnos de paz. En Jesús nos colma de bienes, hace con nosotros una Alianza irrevocable y nunca nos dejará. Ya nadie puede decir jamás que está solo, perdido, que no es amado. Porque Dios nos ha amado hasta el extremo, nos ha dado todo, ¡se nos ha dado Él mismo! ¡Rompan a cantar incluso las ruinas! Tenemos una esperanza que no muere, no defrauda.
Celebrar la Navidad es celebrar esto: el gozo de sabernos amados, salvados, confiados, seguros. Ciertamente Jesús tuvo que crecer, padecer y morir para llevar a término la obra de nuestra redención. Además, la salvación debe encarnarse, consumarse, llegar a su plenitud en la historia y el ser de cada uno. Con todo, un Dios que llega hasta el extremo de hacerse uno de nosotros no se rinde, no se vuelve atrás. Él es fiel y no se detendrá hasta conseguir nuestra felicidad total. Así que, ¡festejemos, cantemos, bailemos, brindemos! Porque nuestro Dios es perfecto, hermoso, magnífico, digno de toda alabanza y amor. Ante el Divino Niño recién nacido gocemos sabiendo que en Él todo lo tenemos, nada nos falta, porque si Dios no se reservó ni siquiera a su propio Hijo sino que lo entregó a nosotros y por nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? (Cf. Rm 8, 32). ¡Somos dichosos! Agradezcámosle de todo corazón el don de su Presencia, su bondad infinita.
MEDITACIÓN
- ¿Por qué el Verbo se hizo carne? Respondemos confesando: «Por nosotros los hombres y por nuestra salvación”. El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios: «El Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo» (1 Jn4, 14). Para que nosotros conociésemos así el amor de Dios: «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él» (1 Jn 4, 9). Para ser nuestro modelo de santidad: «Aprended de mí … «(Mt 11, 29). «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14, 6). Para hacernos «partícipes de la naturaleza divina» (2 P 1, 4). Extraído del Catecismo de la Iglesia Católica, Nº 456-460.
ORACIÓN
Rey mío y Dios mío, gracias por bajar hasta mí, por compartir mi vida, mis alegrías, ilusiones, dificultades y sufrimientos, todo, todo… Gracias por caminar conmigo, por estar tan cerca. Gracias por amarme, y preocuparte por mí. Gracias porque viniste a salvarme, a guiarme, a llevarme en tus hombros al Padre, a la felicidad plena y verdadera.
Te tengo ante mi y Tú, aquí me tienes, en respuesta. Alzo mis ojos hacia tu luz, extiendo mis brazos hacia ti, acojo tu Verdad, me dejo llenar por tu gracia… Y te adoro en silencio, me estremezco de gozo en tu presencia y todo mi ser proclama: ´¿quién como tú?´. No hay palabras para expresarte mi amor y es mi corazón el que te canta agradecido. Que nunca cese mi alabanza, Señor. Humilde, únase a la de toda la creación. ¡Gloria a ti por siglos sin fin! Amén.
¿Desea escribir un comentario?