DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B
EVANGELIO: Mc 10, 46-52
“Llegan a Jericó. Y al salir Jesús con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí». Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí». Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo». Llamaron al ciego, diciéndole: «Animo, levántate, que te llama». Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». El ciego le contestó: «Rabbuni, que vea». Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha salvado. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino».
COMENTARIO A LA PALABRA
En el Ángelus del domingo 29 de octubre de 2006, Benedicto XVI comentó este Evangelio con estas bellas palabras: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Esta oración toca el corazón de Cristo, que se detiene, lo manda llamar y lo cura. El momento decisivo fue el encuentro personal, directo, entre el Señor y aquel hombre que sufría. Se encuentran uno frente al otro: Dios, con su deseo de curar, y el hombre, con su deseo de ser curado… Y se realiza el milagro. Alegría de Dios, alegría del hombre.
Y Bartimeo, tras recobrar la vista -narra el evangelio- “lo sigue por el camino”, es decir, se convierte en su discípulo. Este relato, en sus aspectos fundamentales, evoca el itinerario del catecúmeno hacia el sacramento del bautismo, que en la Iglesia antigua se llamaba también “iluminación”.
La fe es un camino de iluminación: parte de la humildad de reconocerse necesitados de salvación y llega al encuentro personal con Cristo, que llama a seguirlo por la senda del amor.” (Benedicto XVI)
Pidamos al Señor Jesús en este domingo una fe como la de este ciego curado. Una fe perseverante, esperanzada, valiente, audaz: “muchos lo increpaban para que se callara… pero él gritaba más”. La opinión de los demás, el “qué dirán”… no le condicionó. ¡Él gritaba más!
Una fe concreta, no abstracta ni teórica, sino encarnada, directa, que nos pone a cada uno en contacto directo con el objeto de nuestra fe: sólo Jesús. «¿Qué quieres que te haga?». «Maestro, que vea».
Una fe sanadora, que ilumina nuestras realidades, tanto gozosas y gloriosas como dolorosas, pero no sólo eso. También nuestra fe en Jesucristo, muerto y resucitado, nos sana, nos cura de todo aquello que nos impide amarlo y seguirlo. “Anda, tu fe te ha salvado”.
¿Estás dispuesto tú también a ser insistente y gritar a Jesucristo, tu Señor, sin cesar, hasta que te sane? “Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino”.
MEDITACIÓN
“El redescubrimiento del valor de su bautismo es la base del compromiso misionero de todo cristiano, porque vemos en el Evangelio que quien se deja fascinar por Cristo no puede menos de testimoniar la alegría de seguir sus pasos. En este mes de octubre, dedicado especialmente a la misión, comprendemos mucho mejor que, precisamente en virtud del bautismo, poseemos una vocación misionera connatural.
Invoquemos la intercesión de la Virgen María para que se multipliquen los misioneros del Evangelio.
Que cada bautizado, íntimamente unido al Señor, se sienta llamado a anunciar a todos el amor de Dios con el testimonio de su vida.” (Benedicto XVI)
ORACIÓN
“Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí”
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