DOMINGO II TIEMPO ORDINARIO– CICLO A
15 de Enero de 2023
Evangelio: Jn 1, 29 – 34
Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:
«Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: «Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo». Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel».
Y Juan dio testimonio diciendo:
«He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: «Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo». Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».
COMENTARIO A LA PALABRA
El domingo pasado, con la fiesta del Bautismo del Señor, se clausuraba el tiempo de Navidad y comenzábamos el Tiempo ordinario. Hoy, en el segundo domingo, continuamos con el “eco” de la fiesta celebrada, el “reflejo” de la Luz manifestada. La perícopa que se presenta es el testimonio que Juan Bautista dio de Jesús, narrado por el Evangelio de San Juan.
Juan Bautista, al ver venir a Jesús lo llama el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, expresión que escuchamos en cada Eucaristía antes de la comunión, y podemos detenernos para dar una breve explicación y poder comprenderla mejor.
Cuando decidió Dios libertar a su pueblo cautivo de los egipcios, ordenó a los hebreos inmolar por familia un cordero «sin mancha, macho, de un año», comerlo al anochecer y marcar con su sangre el dintel de su puerta, para que el ángel exterminador los perdonara cuando viniera a herir de muerte a los primogénitos de los egipcios. Gracias a la sangre del cordero pascual fueron los hebreos rescatados de la esclavitud de Egipto y pudieron en consecuencia venir a ser una «nación consagrada», «reino de sacerdotes», ligados con Dios por una alianza y regidos por la ley de Moisés.
La tradición cristiana ha visto en Cristo «al verdadero cordero», señalado por Juan Bautista a orillas del Jordán. Jesús es el cordero sin tacha , es decir, sin pecado, que rescata a los hombres al precio de su sangre, de manera que en adelante podamos ya evitar el pecado y formar el nuevo «reino de sacerdotes», la verdadera «nación consagrada» ofreciendo a Dios el culto espiritual de una vida irreprochable. Los bautizados hemos abandonado las tinieblas del paganismo pasando a la luz del reino de Dios: ése es nuestro éxodo espiritual del que la liberación de Egipto era figura.
Jesús, en su muerte, no murió por pecados personales, pero sí asumió e hizo verdaderamente suyos los pecados del mundo. En este Jordán no tenía pecados personales que lavar, pero estaba empezando a lavar los pecados del mundo, mis pecados. Era por nosotros por quien se bautizaba. No es que lo hiciera para darnos ejemplo, es que lo hacía en lugar nuestro.
Lo que ocurre en el bautismo de Jesús señala una “hora” en la historia del mundo: se abre auténticamente una nueva era, de la que este bautismo es la inauguración. Dios hecho hombre ha estado en silencio hasta ahora; en su bautismo, cesa este silencio, porque llega el momento de la manifestación pública de la PALABRA.
Meditación
El bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente. Se deja contar entre los pecadores (Cf. Isaías 53, 12); es ya «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Juan 1, 29); anticipa ya el «bautismo» de su muerte sangrienta (Cf. Marcos 10, 38; Lucas 12, 50). Viene ya a «cumplir toda justicia» (Mateo 3, 15), es decir, se somete enteramente a la voluntad de su Padre: por amor acepta el bautismo de muerte para la remisión de nuestros pecados (Cf. Mateo 26, 39). A esta aceptación responde la voz del Padre que pone toda su complacencia en su Hijo (Cf. Lucas 3, 22; Isaías 42, 1). El Espíritu que Jesús posee en plenitud desde su concepción viene a «posarse» sobre él (Juan 1, 32-33; Cf. Isaías 11, 2). De él manará este Espíritu para toda la humanidad. En su bautismo, «se abrieron los cielos» (Mateo 3, 16) que el pecado de Adán había cerrado; y las aguas fueron santificadas por el descenso de Jesús y del Espíritu como preludio de la nueva creación. (Catecismo de la Iglesia Católica n. 536)
Oración
Te alabamos, te bendecimos y te glorificamos
por el sacramento del nuevo nacimiento.
Tú has querido que del corazón abierto de tu Hijo
manara para nosotros el don nupcial del Bautismo,
primera Pascua de los creyentes,
puerta de nuestra salvación,
inicio de la vida en Cristo,
fuente de la humanidad nueva.
Del agua y del Espíritu engendras
en el seno de la Iglesia, virgen y madre,
un pueblo de sacerdotes y reyes,
congregado de entre todas las naciones
en la unidad y santidad de tu amor.
(Del Prefacio del Bautismo)
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