DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO- CICLO C
27 de Octubre de 2019
EVANGELIO: Lc 18, 9-14
“En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano.
El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo:
“¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».”
COMENTARIO A LA PALABRA
Seguimos caminando con Jesús hacia Jerusalén. Falta poco para llegar al Monte donde Jesús quiere entregarse por amor y realizar en nosotros la obra más excelente del amor de Dios, la prolongación de su iniciativa misericordiosa que otorga el perdón: la justificación (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica 1990, 1994).
Él quiere prepararnos para ese momento, por eso hoy penetra nuestro corazón e ilumina una actitud que nos impide acogerlo. Se dirige a “aquellos que teniéndose por justos desprecian a los demás”.
Esta actitud se refleja en el fariseo de la parábola. Él, aunque menciona a Dios al inicio de su oración, no hace más que hablar de sí mismo y consigo, está orgulloso de quien no es. Presenta la factura a Dios de las obras que ha realizado y por las que se siente seguro. Ya lo tiene todo, aparentemente.
Es duro leer esta descripción y encontrarnos reflejados en esa actitud, pero Jesús no vino a llamar a los sanos, sino a los enfermos. Él quiere realizar un cambio en nuestro corazón tantas veces altanero y orgulloso, que necesita poner una fachada y una autodefensa para sentirse aceptado y amado.
Nos conduce a una actitud humilde, reflejada en el publicano. Se conmueve el corazón al leer la descripción quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho. Es un hombre que sufre, que se ha encontrado con su propia incapacidad, con su vulnerabilidad, con la necesidad de amor y perdón.
Se presenta ante Dios con un corazón sincero reconociéndose necesitado de su perdón.Se dirige a Dios, y a pesar de ser una oración corta, no puede retenerla y dice: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Su plegaria sube hasta las nubes, las atraviesa y no se detiene hasta alcanzar su destino: el corazón de Dios. Que se compadece y se inclina hacia él: Éste bajó a su casa justificado, es decir, reconciliado con Dios, libre de la servidumbre del pecado y sanado.
Pidámosle hoy al Señor que nos conceda presentarnos ante Él con un corazón sincero y humilde y rendirnos ante su Amor.
MEDITACIÓN
“Señor, ten piedad… Se trata de una jaculatoria con la que los creyentes de todos los tiempos se han puesto en manos del Señor. No solo para pedir perdón, sino que en ella el creyente reconoce, confiadamente, su debilidad y pobreza frente a la vida y sus afanes. A la vez confiesa con esta oración mínima que la salvación sólo viene de Dios y de nada ni nadie más. Por eso la pronunciamos al principio de la Eucaristía, aunque también se ha utilizado para que acompañe los pasos del creyente a lo largo del día.
La práctica de la “oración del corazón”, muy importante para algunas tradiciones cristianas, consiste en acompasar esta pequeña jaculatoria a la respiración mientras caminamos y realizamos nuestras actividades, poniendo nuestra vida y la vida de todo lo que nos rodea en Dios.” Don Francisco García Martínez
ORACIÓN
“¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!”
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