DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A
5 de julio de 2020
EVANGELIO: Mt 11, 25-30
“En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».”
COMENTARIO A LA PALABRA
En el Evangelio de hoy asistimos a una escena preciosa: Jesús, lleno de júbilo, agradece al Padre por la obra maravillosa que realiza en nosotros, los pequeños. Él goza con nuestra salvación, con nuestra liberación, con la luz y el amor que se nos revela en su persona: misterio escondido desde siglos y ahora manifestado ante nuestros ojos.
Porque antes éramos esclavos, estábamos sin esperanza, cansados por la carga insoportable del pecado y sus consecuencias: el sufrimiento, la enfermedad, la injusticia, la división, preocupaciones frívolas, ambiciones, luchas y todo tipo de males… Estábamos agobiados por la culpa, el sinsentido, las preguntas sin respuestas, las expectativas sin cumplir, los deseos bellos y profundos frustrados al contacto con nuestra realidad limitada y tantas veces contradictoria… y coronando todo: la muerte,
Pero, he aquí que Dios se compadeció de nosotros y nos envió a su Hijo para darnos con Él el alivio, la paz. Jesús es la Buena Noticia que alegra el corazón de los pobres porque ha venido por nosotros: hambrientos y sedientos, enfermos y necesitados.
Sí, al Padre le ha parecido bien introducirnos gratuitamente en la corriente de amor y conocimiento que fluye entre él y su Hijo, en el Espíritu Santo. Esta es la vida eterna, la felicidad verdadera, inacabable.
El Señor nos invita, por tanto, a ponernos en camino, a acercarnos a Él, luz que alumbra a todo hombre, para dejarnos inundar por la inmensa riqueza de gracia y bondad que nos trae de parte del Padre. Nos pide que dejemos las cargas inútiles que arrastramos y que tanto daño nos hacen y que, en su lugar, tomemos su yugo liberador, que no es otro que el de la obediencia amorosa del Hijo que, manso y humilde, se deja conducir por su Padre por el camino de la bondad, del servicio, del AMOR.
¡No temamos! Es un yugo llevadero porque sabemos que nuestro Padre es bueno y nos ama, solo busca nuestro bien y nos conduce acertadamente. En sus brazos podemos descansar como un niño en brazos de su madre. Y es una carga ligera porque el amor es un peso que eleva. Amar y ser amados: este es nuestro destino, nuestra plenitud.
PEQUEÑO:
ERES AMADO, CONFÍA EN TU PADRE Y SIGUE A JESÚS.
ENCONTRÁS DESCANSO.
MEDITACIÓN
En la caridad está la verdadera tranquilidad, la verdadera suavidad, porque ella es el yugo del Señor, y si la tomamos invitados por el Señor, encontraremos descanso para nuestras almas, pues «el yugo del Señor es suave y ligera su carga». «La caridad es paciente, es benigna, no tiene celos, no obra mal, no se infla, no es ambiciosa» (1Co 13,4-5).
Las demás virtudes son para nosotros, o como vehículo para el cansado, o como viático para el caminante, o como linterna para alumbrar en la oscuridad, o como arma para los que luchan; mas la caridad, aunque como las restantes virtudes es necesaria para todos, sin embargo, es descanso en especial para el fatigado, morada para el caminante, plenitud de claridad para el que llega y perfecta corona para el vencedor. (Beato Elredo de Rievaulx)
ORACIÓN
“Guarda mi alma en la paz, junto a ti Señor. Amén.”
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