¡TÚ TIENES PALABRAS DE VIDA ETERNA!
Jn 6, 60-66
En aquel tiempo, muchos de los discípulos de Jesús dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen». Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede». Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?». Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios»
COMENTARIO A LA PALABRA
Durante los últimos cuatro domingos, hemos escuchado el discurso del Pan de Vida, donde Jesús se nos revelaba como el verdadero Pan bajado del cielo. Sin reserva alguna nos ofrecía su cuerpo y su sangre como alimento. Con ello nos prometía la saciedad de todas nuestras hambres, vida eterna y unión íntima con Él y el Padre por medio de la acción del Espíritu Santo.
El discurso concluye: – Por una parte: con el rechazo de muchos de sus discípulos, que al oír las palabras de Jesús, les resultaron duras e imposibles. Cristo, el Maestro al que ellos seguían, les ofrecía mucho más que soluciones puntuales. Les invitaba a una unión íntima con Él, por medio de su cuerpo y su sangre. Signo que nos hace participes de todo su ser humano y divino y que sólo se puede comprender y aceptar cuando entra en juego la gracia de Dios: la fe. Don que rechazaron al encerrarse en sus razonamientos, al buscar su propio interés y quedarse en la literalidad de las palabras de Jesús.
Y por otra parte, escuchamos en el Evangelio, la confesión sincera y humilde de Pedro y de los doce; que se acogieron, por la fe, a las palabras de Jesús. A pesar de sus pobrezas, debilidades, limitaciones y de no entender mucho, tenían algo claro: que el Señor era la única fuente de Vida Eterna. Pues no hay otro Dios que nos ame con tanta locura, hasta el punto de bajar del cielo y hacerse alimento para que todos nosotros obtengamos la salvación y la vida para siempre por medio de Él.
Por tanto, como discípulos de Jesús que somos, pidamos al Espíritu Santo que nos ayude siempre a estar abiertos a los dones que el Padre nos ofrece por su Hijo. Que la fe nos impulse siempre a seguir con fidelidad a Cristo, a pesar de lo duro e incomprensible que nos puedan resultar muchas veces sus palabras.
Unidos en torno al altar, contemplemos al Pan bajado del cielo. Y con humildad y de todo corazón, confirmemos nuestra elección de seguir a Jesús, diciendo: «SEÑOR, ¿a quién vamos a acudir? ¡Tú tienes palabras de Vida Eterna! Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios«.
Meditación
“Quién se alimenta de Cristo en la Eucaristía no tiene que esperar el más allá para recibir la vida eterna: la posee ya en la tierra como primicia de la plenitud futura, que abarcará al hombre en su totalidad. En efecto, en la Eucaristía recibimos también la garantía de la resurrección corporal al final del mundo: El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Esta garantía de la resurrección futura proviene de que la carne del Hijo del hombre, entregada como comida, es su cuerpo en el estado glorioso del resucitado. Con la Eucaristía se asimila, por decirlo así, el «secreto» de la resurrección.” (San Juan Pablo II)
Oración
Oh, Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo, concede a tu pueblo amar lo que prescribes y esperar lo que prometes, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros ánimos se afimen allí donde están los gozos verdaderos. Por Jesucristo nuestro Señor. AMÉN. (Oración Colecta)
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