DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A
19 de julio de 2020
Mt 13, 24-30
En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente diciendo: «El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras los hombres dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó.
Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?”. Él les dijo: “Un enemigo lo ha hecho”. Los criados le preguntan: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?”. Pero él les respondió: “No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y cuando llegue la siega diré a los segadores: arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero”».
COMENTARIO A LA PALABRA
El domingo pasado el Señor nos hablaba de la parábola del sembrador y hoy nos presenta otras tres parábolas, para explicarnos en qué consiste el reino de los cielos. Nos enseña su paciencia y su preocupación por la salvación de la humanidad. En la parábola del trigo y la cizaña nos presenta el bien y el mal dentro del hombre. Cuando estamos despistados, dormidos en nuestras preocupaciones, en nuestra tristeza, en nuestro yo y nos olvidamos de la buena semilla que Dios ha sembrado dentro de cada uno de nosotros, el enemigo no duerme y está atento, vigilándonos, esperando el momento de nuestra debilidad. Nosotros debemos saber que vamos a pasar por pruebas, por dificultades, persecuciones y por todos los ataques del mal, que tratará de destruir con sus mentiras y seducciones lo que Dios sembró en nuestro corazón.
Los siervos del amo, cuando se dan cuenta de que ha crecido la cizaña, pronto encuentran una solución: arrancarla. Pero el Señor, con sabiduría y paciencia, responde: “NO, QUE AL RECOGER LA CIZAÑA PODÉIS ARRANCAR TAMBIÉN EL TRIGO”.
Dios nos mira con misericordia y paciencia, por esto deja que el mal crezca junto al bien, permite todo esto para que sepamos eligir lo mejor, lo que Él nos está preparando. Nos invita a ser luz en medio de las tinieblas.
Con alegría y esperanza trabajemos para que crezca el reino de Dios entre nosotros, procurando confiar en el Espíritu Santo, para que seamos ese trigo que el Señor escoja para su granero.
MEDITACIÓN
“Escuchad, amadísimos granos de Cristo; escuchad, amadísimas espigas de Cristo; escucha, amadísimo trigo de Cristo; miraos a vosotros mismos, retornad a vuestras conciencias, interrogad a vuestra fe, preguntad a Vuestra Caridad, despertad vuestra conciencia; y si reconocéis que sois granos, venga a vuestra mente: Quien persevere hasta el fin, ese se salvará (Mt 10,22). Pero quien, al escudriñar su conciencia, encuentre ser cizaña, no tema cambiar. Todavía no hay orden de cortar, aún no es el momento de la siega; no seas hoy lo que eras ayer, o no seas mañana lo que eres hoy. ¿De qué te sirve decir que alguna vez cambiarás? Dios te ha prometido el perdón una vez que hayas cambiado; no te ha prometido el día de mañana. Tal como seas al salir del cuerpo, así llegarás a la siega. Muere alguien —no sé quién— que era cizaña; ¿acaso tiene entonces la posibilidad de convertirse en trigo? Es aquí, en el campo, donde el trigo puede convertirse en cizaña y la cizaña en trigo; aquí es posible; pero entonces, es decir, después de esta vida, será el momento de recoger lo que se obró, no de hacer lo que no se obró.” (San Agustín de Hipona)
ORACIÓN
Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche.
Será como un árbol plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin.
No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
En el juicio los impíos no se levantarán,
ni los pecadores en la asamblea de los justos.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal.
(Salmo 1)
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