DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A
25 de Octubre de 2020
Evangelio: Mt 22, 34-40
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la ley le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?». El le dijo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente». Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas.
COMENTARIO A LA PALABRA
Hoy escuchamos de labios de Jesús el Shema. La oración que contiene la expresión más profunda de la piedad del pueblo judío como recuerdo de la alianza con el único Dios. Escucha, Israel, amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente». Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo»
Al proclamar estas palabras, Jesús echa por tierra el pensamiento tan frecuente que tenemos acerca los mandamientos de Dios. Ellos no son una cuota que debemos abonar, un mecanismo de control que nos resta libertad o un requisito para ser amados.
La ley es una respuesta al amor. Sí, DEL AMOR BROTA LA LEY. Pero no de un amor egoísta, caprichoso, fugaz o subjetivo. Nace de un amor que es apertura y don de sí mismo al otro; un amor estable y fiel. Un amor audaz que implica TODO: el corazón, nuestros deseos y anhelos interiores; el alma, la vida y el cuerpo físico; y las fuerzas, los bienes exteriores. Un amor tan concreto y tan real como nosotros mismos y… como nuestro prójimo.
Este amor que estamos llamados a vivir, Jesús lo vivió primero, con profundidad y con pasión.
Él amaba a Dios con todo su corazón: lo vemos en oración, como diálogo filial antes de tomar una decisión, en plena comunión de amor con el Padre, hasta decir, “el Padre y yo somos uno” (Jn 10,30).
Lo amaba con toda el alma: gastando y desgastándose para proclamar el Evangelio, elevando sus ojos al cielo, postrándose rostro en tierra en Getsemaní. Derramando su Sangre preciosa por amor.
Con todas sus fuerzas: despojándose de su condición divina para hacerse uno de tantos (Cfr. Flp 2), sin despreciar los bienes materiales vive desprendido de ellos, confiando en la providencia.
Jesús nos ha reconocido como semejanza suya, nos ha amado como a sí mismo. Nos mira con amor y extiende su brazo fuerte cuando estamos hundidos en el error y en tristeza; posa sus manos preciosas sobre nuestros ojos para limpiar las escamas de la envidia, mete sus dedos en nuestros oídos y nos susurra palabras de salvación; toca nuestra lengua inclinada a la maledicencia para hacer brotar alabanza y bendición, se despoja de sus vestidos para revestirnos de dignidad de hijos de Dios; cuando desde la cruz parece que lo ha dado TODO, nos entrega a su Madre como madre nuestra.
Cuando nuestro corazón permanece endurecido por el sufrimiento y la indiferencia, Él nos da el suyo, traspasado por amor. Si experimentamos la muerte del pecado y la soledad, Él, vivo y resucitado se presenta y nos devuelve el aliento de vida, nos colma de su Espíritu Santo
Que el Señor nos conceda llenarnos de gozo y experimentar que toda nuestra historia está cimentada en este Amor.
Sí, Él nos amó primero, es la experiencia de este amor gratuito, ardiente y profundo la que hace madurar en nuestros labios, corazón, en toda nuestra vida el amor a Dios y al prójimo. Es la experiencia de este amor la que nos lleva a AMARNOS ENTRE NOSOTROS, COMO ÉL NOS HA AMADO.
Meditación
“Yo he intentado imaginar, Venerables Padres y hermanos, qué diría Jesús resucitado si, como hacía en la vida terrena cuando entraba el sábado en una sinagoga, ahora viniese a sentarse aquí en mi lugar y nos explicase en persona cuál es el amor que él desea de nosotros. Quiero compartir con vosotros, con sencillez, lo que creo que diría; nos servirá para hacer nuestro examen de conciencia sobre el amor:
El amor ardiente:
Es ponerme siempre en el primer lugar.
Es buscar agradarme en todo momento.
Es confrontar tus deseos con mi deseo.
Es vivir ante ti como amigo, confidente, esposo y ser feliz por ello.
Es estar inquieto si piensas estar un poco lejos de mí.
Es estar lleno de felicidad cuando estoy contigo.
Es estar dispuesto a grandes sacrificios con tal de no perderme.
Es preferir vivir pobre y desconocido conmigo, más que rico y famoso sin mí.
Es hablarme como al amigo más querido en todo momento posible.
Es confiarte a mí mirando a tu futuro.
Es desear perderte en mí como meta de tu existencia
Si os parece también a vosotros, como me parece a mí, estar lejísimos de esta visión, no nos desanimemos. Tenemos a uno que puede ayudarnos a alcanzarlo si se lo pedimos.” Meditación del padre Raniero Cantalamessa ante el Papa y la Curia Romana, 25 de marzo de 2011.
Oración
Repitamos con fe al Espíritu Santo:
Ven, Espíritu Santo, llena el corazón de tus fieles y enciende en nosotros el fuego de tu amor.
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