DOMINGO VI DEL T. ORDINARIO – CICLO B
14 de Febrero de 2021
EVANGELIO: Marcos 1, 40-45
«En aquel tiempo, se acerca a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:
– «Si quieres, puedes limpiarme».
Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo:
– «Quiero: queda limpio».
La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio.
Él lo despidió, encargándole severamente:
– «No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».
Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes.»
COMENTARIO A LA PALABRA
Nuestra Madre la Iglesia nos regala este último Domingo del Tiempo Ordinario antes de comenzar el tiempo de Cuaresma como preparación para el Tiempo Pascual. El Evangelio de este Domingo nos presenta una curación, símbolo de lo que vamos a celebrar en estos próximos tiempos fuertes de nuestro año litúrgico: un leproso es sanado por Jesús.
El domingo pasado el evangelista San Marcos resaltaba cómo “la población entera se agolpaba a la puerta de la casa” porque sabían que allí estaba Jesús curando a muchos enfermos de diversos males y expulsando muchos demonios… ¡Todo el mundo le buscaba! (Mc 1,29-39) Sí… pero no todo el mundo podía llegar hasta aquella puerta de la casa para ser curado: como el leproso que hoy nos presenta el Evangelio. Ni entrar tampoco a la sinagoga, donde el hombre que tenía un espíritu inmundo fue sanado (como nos mostró la Palabra hace dos domingos: Mc 1,21-28).
La primera lectura de este domingo nos recuerda que la ley de Moisés consideraba al leproso como impuro, tenía que vivir solo, fuera del campamento mientras le durara la lepra (Lv 13). Era “positivo”… “confinado en las periferias”. Este no podía adentrarse en el pueblo, pero Jesús sí podía salir de él…
El evangelista nos dice que “se acercó a Jesús un leproso”. No menciona a los discípulos ni a más gente… En muchas ocasiones los evangelistas narran cómo Jesús se retiraba solo al descampado a orar. Quizá este pudo ser uno de esos momentos, o simplemente omite el dato de la presencia de más personas (como vemos en los paralelos de Mt 8,1-3 o Lc 5,11-13). Lo cierto es que san Marcos nos invita a poner toda nuestra atención en estos dos personajes: Jesús y un leproso. Jesús y yo con “mis lepras”. Jesús y tú con las tuyas…
No olvidemos que los evangelios son relatos escritos después de la vida, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, para consolidar la fe de aquellas primeras comunidades cristianas. Si leemos este pasaje a la luz del misterio Pascual de Cristo, podemos apreciar un CAMBIO que sucede tras la actitud del leproso, de la cual podemos tomar ejemplo: se acerca a Jesús y le suplica de rodillas: “Si quieres, puedes limpiarme”.
– Vemos un cambio de lugares: al comienzo del pasaje el leproso era el que se quedaba fuera de la ciudad; al final, es Jesús el que ocupa su lugar (“ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo, se quedaba fuera, en lugares solitarios”).
– Un cambio en sus vidas: al comienzo vemos a aquel enfermo que andaría solo cubierto de lepra, con la “ropa rasgada y la cabellera desgreñada”. Al final el leproso queda limpio: es Jesús el que va a cargar con su lepra, y con todas las nuestras también.
Es Jesús el que termina acercándose hasta el leproso para llegar a tocarlo, y así devolverle no solo la salud, la dignidad de hijo de Dios, el retorno a la vida social y religiosa. Jesús, compadecido, toca su lepra. Toca su lepra y lo sana.
En su Pasión, Jesús se pondrá en el lugar de este leproso, de todos los enfermos y pecadores, de ti y de mi… cumpliéndose en él la profecía de Isaías (Is 52): “despreciado y evitado de los hombres… soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros le estimamos leproso… ¡sus cicatrices nos curaron!”. ¡Gracias, Señor Jesús!
MEDITACIÓN
* Isaías 52, 13-53,1-6
* Sal 22, 2-7. 20. 23-27:
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? A pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza. Dios mío, de día te grito, y no respondes; de noche, y no me haces caso. Porque tú eres el Santo y habitas entre las alabanzas de Israel. En ti confiaban nuestros padres; confiaban, y los ponías a salvo; a ti gritaban, y quedaban libres; en ti confiaban, y no los defraudaste. Pero yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo /…/
Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. /…/ Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. «Los que teméis al Señor, alabadlo; linaje de Jacob, glorificadlo; temedlo, linaje de Israel; porque no ha sentido desprecio ni repugnancia hacia el pobre desgraciado; no le ha escondido su rostro: cuando pidió auxilio, lo escuchó». Él es mi alabanza en la gran asamblea, cumpliré mis votos delante de sus fieles. Los desvalidos comerán hasta saciarse, alabarán al Señor los que lo buscan. ¡Viva su corazón por siempre!”
ORACIÓN
Señor Jesús, dame la gracia, el coraje, el don de tu Espíritu Santo, la alegría, el amor, la esperanza, la fe, la confianza… para acercarme hasta ti, y suplicarte de rodillas:
“Si quieres, puedes limpiarme”.
Señor Jesús, muchos se espantaron de ti, porque desfigurado no parecías hombre, ni tenías aspecto humano; así asombrarás a muchos pueblos: ante ti los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y comprender algo inaudito.
Te vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado.
Tú has soportado nuestros sufrimientos y aguantado nuestros dolores; nosotros te estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero tú fuiste traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes.
Nuestro castigo saludable cayó sobre ti, tus cicatrices nos curaron.
Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y tú has cargado sobre ti todos nuestros crímenes. (cf. Is 52,13.53,1-6).
¡Gracias, Jesús! Porque compadecido, tú extiendes tu mano y me tocas diciendo: “¡Quiero: queda limpio!”
¡Gracias, Señor Jesús!
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