DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A
29 de Enero de 2023
EVANGELIO: Mt 5,1-12a
“En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa.
Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”.
COMENTARIO A LA PALABRA
Este domingo el evangelista San Mateo nos presenta el comienzo del Sermón de la Montaña con sus nueve bienaventuranzas. Una vez más Jesús nos habla a través de su Palabra y nos muestra distintas situaciones o actitudes que, vividas con Él, con fe en sus promesas, con un sentido, se transforman en oportunidades para ser dichosos, bienaventurados.
Si a cualquiera de nosotros nos preguntan: “¿quieres ser feliz?”, creo que la respuesta es unánime: “¡Sí!”. En otros asuntos qué difícil es que los hombres nos pongamos de acuerdo, pero qué curioso es darnos cuenta de que el corazón de todos tiene un mismo deseo: el de la felicidad. Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el nº1718 que “las bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer”.
Fijémonos en la estructura que tienen todas las bienaventuranzas. “Bienaventurados los… porque…” Somos dichosos, bienaventurados, PORQUE, es decir, porque hay un sentido, una esperanza, una promesa detrás de cada una de esas realidades. El demonio, príncipe de este mundo y acusador, prefiere que practiquemos el borreguismo, el atontamiento, la dispersión… ¡Despertemos! ¡Qué importante es acudir cada vez con más constancia y consciencia a nuestra fuente de sentido! Pararnos, reflexionar, preguntarnos sobre lo que me sucede y sobre lo que sucede a mi alrededor más cercano o más lejano.
Si leemos pausadamente las bienaventuranzas, en oración, son un choque para cada uno de nosotros. Sorprende, impacta, que alguien se atreva a llamar dichosos a los que lloran, los que son perseguidos por causa de la justicia, los que son insultados o calumniados por la causa de Jesús… Él sí lo hizo porque sabe bien cuál es la verdadera felicidad que ilumina y engrandece nuestras vidas, sabe que “la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5,5). El Señor quiere que seamos felices siempre y no solo cuando todo nos va bien, tenemos éxito o tenemos la razón que tanto nos gusta… Nos quiere felices de verdad, siendo de esos débiles y necios que Dios ha escogido (cf. 2ª lectura: 1Co 1,2-31), parte de ese pueblo humilde y pobre que Dios quiere dejar en medio de cada uno de nosotros y que buscará refugio en su nombre (cf. 1ª lectura: Sof 3,12).
Y más aún. Jesús es el Camino que nos conduce a la vida eterna, a la verdadera felicidad. Es nuestro alimento, el Pan de Vida y la Palabra de Dios que nos sostiene cada día, nos renueva y fortalece, pase lo que pase. Con Jesús, en Él y por Él podemos ser felices siendo pobres de espíritu, mansos, misericordiosos, llorar, ser perseguidos o calumniados, limpios de corazón… y alegrarnos y regocijarnos porque nuestra recompensa será grande en el cielo.
MEDITACIÓN
“Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia humana, el fin último de los actos humanos: Dios nos llama a su propia bienaventuranza” (Catecismo de la Iglesia Católica nº1719).
* ¿QUIERO SER FELIZ? ¿Por qué? ¿En dónde busco la felicidad?
* ¿Soy el único que quiere ser feliz? ¿Cómo construyo la felicidad de los demás? ¿La dificulto en alguna ocasión?
* ¿Me dejo llevar por la dispersión y el borreguismo, o reflexiono sobre el sentido de lo que pasa y de lo que me pasa? ¿Mi experiencia de fe es la fuente del sentido de mi vida?
“¿Cómo es, Señor, que yo te busco? Porque al buscarte, Dios mío, busco la vida feliz, haz que te busque para que viva mi alma, porque mi cuerpo vive de mi alma y mi alma vive de ti” (San Agustín).
ORACIÓN
«Nos has hecho, Señor, para ti y
nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». (San Agustín)
¡GRACIAS, SEÑOR!
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