SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
26 de Mayo de 2024
EVANGELIO: Mateo 28,16-20.
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
-«Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.
Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».
COMENTARIO A LA PALABRA
Después de la venida del Espíritu Santo ya estamos capacitados para que se nos revele el misterio de la Santísima Trinidad. En el evangelio del domingo pasado Jesús nos decía que todavía le quedaba mucho por enseñarnos, pero que cuando venga el Espíritu de la verdad, nos guiará hasta la verdad plena (cf. Jn 16, 12). Hoy nos ha revelado el gran misterio escondido desde siglos, según nos cuenta San Pablo: “Que Dios es Uno y Trino”. Era necesario que viniera antes el Espíritu Santo, para prepararnos a una revelación tan sublime, que nunca nos cansaremos de agradecer; las relaciones de Amor entre un Padre solícito y un Hijo predilecto.
Bien podríamos expresar que nuestro Dios es único, como se nos indica en la primera lectura de hoy: “¿Sucedió jamás algo tan grande como esto o se oyó cosa semejante?” (Deuteronomio 4,32-34.39-40).
El ser de Dios se conoce en su obrar y el obrar de Dios se reconoce en la historia de su pueblo. El Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro.
En el Bautismo de Jesús ya aparecieron las tres divinas personas y el Padre confirmando que ése era su Hijo elegido. En la Transfiguración se vuelve a repetir la escena, pero con otro matiz, confirmando su misión. Ahora, el Resucitado se vuelve a aparecer a los once apóstoles y les encomienda su misma misión: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. (Mt 28,19). ¿Y quién le había enseñado a Jesús? Precisamente esa relación que mantenía con el Padre, en el Espíritu; y nombrando ahora a los tres, les manda a bautizar.
Hoy es un día para abrir las puertas de nuestro corazón a tan honorables huéspedes, que no quieren entrar sin llamar. Tal vez por eso nos dice el evangelio que algunos vacilaban, pues la fe no se impone; se acepta, se busca, se contagia… pero nunca se impone, solo actúa en plena libertad.
En la mesa del banquete del precioso icono de la Trinidad hay un hueco abierto que invita a quien lo contempla a sentarse a la mesa. Hoy es un día para admirar y no solo la obra de Dios sino su ser más íntimo. A esta relación de amor estamos todos llamados, pero de una manera especial los que hemos recibido el don de la contemplación, cuya jornada se celebra hoy en la Iglesia, para orar por los que rezan: ¡Qué el Señor os bendiga! De todo corazón, agradecemos su oración.
Meditación
Hoy contemplamos la Santísima Trinidad tal como nos la dio a conocer Jesús. Él nos reveló que Dios es amor «no en la unidad de una sola persona, sino en la Trinidad de una sola sustancia» (Prefacio): es Creador y Padre misericordioso; es Hijo unigénito, eterna Sabiduría encarnada, muerto y resucitado por nosotros; y, por último, es Espíritu Santo, que lo mueve todo, el cosmos y la historia, hacia la plena recapitulación final. Tres Personas que son un solo Dios, porque el Padre es amor, el Hijo es amor y el Espíritu es amor. Dios es todo amor y sólo amor, amor purísimo, infinito y eterno. No vive en una espléndida soledad, sino que más bien es fuente inagotable de vida que se entrega y comunica incesantemente. (Benedicto XVI, papa.)
ORACIÓN
¡GLORIA AL PADRE Y AL HIJO
Y AL ESPÍRITU SANTO!
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