DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR – CICLO C
10 de marzo de 2022
EVANGELIO: Lc 22, 14-23, 56
“Cuando llegó la hora, se sentó a la mesa y los apóstoles con él y les dijo: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el reino de Dios».
Y, tomando un cáliz, después de pronunciar la acción de gracias, dijo: «Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios».
Y, tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía».
Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros»…”
COMENTARIO A LA PALABRA
Ha llegado la hora anunciada y esperada. El Reino sufre violencia, se acerca el cumplimiento. ¡Es el momento decisivo! Las fuerzas del mal se preparan, Jesús también. ¿Está tu corazón dispuesto?
¡Con ansias deseó el Maestro comer este banquete pascual con nosotros antes de padecer! En la Eucaristía de hoy, como en la que celebró por primera vez en el Cenáculo con los apóstoles, nos explica el sentido de lo que viviremos los próximos días, especialmente en el Calvario y en la mañana de Resurrección: “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros… La nueva Alianza en mi sangre, que se derrama por vosotros”. Es la Obra de su amor y su misericordia triunfando en las tinieblas, sobre todos nuestros enemigos. La fuerza que vence en la debilidad. El misterio que nos recrea, nos trae paz y libertad.
Estemos atentos: ante nuestros ojos resplandece el camino de la vida, sendero de amor. Se abre la puerta estrecha que nos introduce en el Paraíso, en ese Reino preparado para nosotros: gozo y plenitud en Dios.
Sigamos pues a Jesús entre ramos y espinas. Fijemos los ojos en el Traspasado, el inocente Cordero inmolado por nosotros, los culpables. Testigo de la Verdad que, fiel al Padre y a la Humanidad, no se echó atrás sino que nos amó más que a su propia vida, hasta darlo todo por nuestra felicidad.
Son muchos los que se cruzaron en su camino con diferentes actitudes: curiosidad, desprecio, lástima, admiración, esperanza… En Él solo vemos amor, misericordia, perdón, confianza en el Padre. Este es nuestro Salvador y Dios. Dejemos que sus heridas curen las nuestras y que su muerte nos vivifique para que el Domingo de Pascua surjamos con Él del sepulcro como criaturas nuevas, como recién salidos de las fuentes bautismales. Un nuevo comienzo, por pura gracia. El camino de conversión que hemos ido recorriendo llega aquí a su culmen.
¿Es posible? ¡Claro que sí! Porque Dios todo lo puede y la Redención es obra suya. A nosotros nos toca acogerla, creer en el Hijo de Dios, nuestro Mesías-Rey, dejarnos amar por Él, abrir completamente nuestra vida y nuestro ser al Espíritu que nos entrega y con el que nos transforma y… amarle, adorarle, alabarle, darle gracias sin fin. Así sea. ¡Amén, amén!
MEDITACIÓN
“El verdadero venerador de la Pasión del Señor tiene que contemplar de tal manera, con la mirada del corazón, a Jesús crucificado, que reconozca en él su propia carne.
Toda la tierra ha de estremecerse ante el suplicio del Redentor: las mentes infieles, duras como la piedra, han de romperse, y los que están en los sepulcros, quebradas las losas que los encierran, han de salir de sus moradas mortuorias. Que aparezcan también ahora en la ciudad santa, esto es, en la Iglesia de Dios, como un anuncio de la resurrección futura, y lo que un día ha de realizarse en los cuerpos efectúese ya ahora en los corazones.” (San León Magno, papa)
ORACIÓN
“¡Hosanna en el cielo!
¡Bendito tú que vienes
y nos traes la misericordia de Dios!”
(Antífona de entrada)
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