Domingo XIX Tiempo Ordinario – Ciclo A
13 de agosto 2023
EVANGELIO: Mt 14, 24‑33
Después de que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!». Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua». Él le dijo: «Ven». Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame». Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?». En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios».
COMENTARIO A LA PALABRA
El domingo pasado la Iglesia nos invitaba a celebrar la fiesta de la transfiguración del Señor. Jesús se transfigura delante de algunos de sus discípulos para revelarles su divinidad y así fortalecer su fe, antes de que ellos vean a su Maestro clavado y muerto en la cruz.
En este domingo, Jesús se revela nuevamente a sus discípulos, pero esta vez de manera distinta. El Evangelio de este día nos presenta a Jesús caminando sobre el agua. Jesús nos revela su poder y señorío: Él está por encima de todo, esto es, del mal, del pecado y de la muerte. Jesús fortalece la fe de sus discípulos y les hace reconocer y proclamarle como Hijo de Dios.
En medio de nuestro dolor, de los sufrimientos, de las contrariedades y de las situaciones en donde sentimos y experimentamos que el mal, el pecado y la muerte nos golpean con su fuerza, Jesús, por medio de su palabra, viene a nuestro encuentro. Así como se presentó a sus discípulos, en medio del mar caminando sobre el agua, hoy se presenta también a nosotros. Con este hecho extraordinario, Jesús quiere recordarnos que Él está por encima de todo: de todas aquellas situaciones que superan nuestras fuerzas y que muchas veces hacen que nuestra fe en Él se debilite y disminuya. Jesús hoy viene a nuestro encuentro para salvarnos, para tomarnos de la mano como lo hizo con Pedro y sacarnos de aquellas situaciones en donde sentimos que nos hundimos en la desesperanza, de aquellas situaciones en donde parece que ya nada tiene sentido y de que todo ha terminado, de aquellas situaciones en donde sentimos que el mal y el pecado nos sumergen en su poder y nos esclavizan.
Jesús no nos deja solos. Él desde el cielo, continuamente vela por su Esposa amada: la Iglesia. Él está muy presente en nuestras vidas y en la vida de la Iglesia a través de los sacramentos y su palabra. Por esto, Jesús, a través de su palabra, hoy, hace resonar su voz en nuestros corazones y nos dice: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!», ten fe en mí, confía en mí y fija tus ojos en mí. «Ven», camina hacia mí y conmigo.
Pidamos al Espíritu Santo que nos conceda crecer cada día en la fe en Jesús, con una fe firme, que nos lleve a proclamar en todo momento y especialmente en los momentos de prueba, que Jesús es el Hijo de Dios.
Meditación
El que tiene el corazón fundamentado en la esperanza de la fe no le falta nunca nada. No tiene nada, pero la fe hace que lo posea todo, tal como está escrito: «Todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiréis» y «El Señor está cerca, que nada os preocupe». La inteligencia esta buscando siempre medios que le permitan conservar lo que ha adquirido; pero la fe dice que «si el Señor no construye la casa en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas» Jamás el que ora viviendo en fe no vive tan sólo del conocimiento intelectual. Esa sabiduría hace elogio del temor; dice un sabio: «Bienaventurado el que teme en su corazón». Pero ¿qué dice la fe? «Al comenzar a temer, se hunde». Y también: « Habéis recibido no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos que nos da la libertad de la fe y de la esperanza en Dios». Siempre al miedo le sigue la duda…; siempre el miedo y la duda se manifiestan en la búsqueda de las causas y en el examen de los hechos porque el intelecto no se apacigua jamás. A menudo el alma se ve expuesta a imprevistos, a dificultades, a numerosos tropiezos que la ponen en peligro, pero no pueden ayudarla en nada ni el intelecto ni las diversas formas de sabiduría. Por el contrario, la fe jamás es vencida por ninguna de estas dificultades… ¿Te das cuenta de la debilidad del conocimiento y del poder de la fe?… La fe dice: «Todo es posible al que cree, porque no hay nada imposible para Dios». ¡Oh inefable riqueza! ¡Oh mar que lleva en sus olas tales riquezas y desborda de maravillosos tesoros por el poder de la fe! (San Isaac, el Sirio)
Oración
Concédele a tu Iglesia, Dios Todopoderoso, que busque sin cesar tu rostro. Que se arriesgue a andar sobre las olas y se atreva a pronunciar el nombre que engendra la paz: «¡Eres tú, el Señor!» Concédele a nuestro mundo, Dios y Padre nuestro, que sepa resistir en la tempestad. ¡Que se arriesgue a inventar su futuro y que no sucumba a la fatalidad! ¡Concede a nuestra asamblea, Padre de ternura, que viva la aventura de la fe! ¡Que cesen en ella el temor de la noche, el temor de la duda, y la huida del silencio! (Bastin-Pinckers-Teheux)
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