DOMINGO XXIII DEL T. ORDINARIO – Ciclo B
5 de Septiembre de 2021
Evangelio: Mc 7, 31-37
En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano. Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua.
Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá» (esto es, «ábrete»).
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos.
Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
COMENTARIO A LA PALABRA
La primera lectura de hoy (Is 35, 4-7a) nos ofrece una clave de lectura importante para comprender el Evangelio proclamado. Jesús es el Salvador profetizado por Isaías, el que hace brotar aguas en el desierto, el que sana lo que en nosotros está enfermo, endereza lo torcido, el que nos convierte de estériles en fecundos. Su presencia en nuestras vidas es una Buena Noticia que fortalece nuestro corazón, lo llena de gozo y lo abre a la alabanza. Dios es infinitamente bueno, nos ama y en Jesús nos bendice con una vida plena. Todo esto lo vemos reflejado en la historia que nos presenta el Evangelio: la curación de un hombre sordo que apenas podía hablar. De ella podemos aprender muchas cosas.
En primer lugar, vemos que Jesús ama a todos y no niega su auxilio a nadie. Los personajes del relato son fenicios, no pertenecen al pueblo elegido. Al Maestro no le importa: toda persona, de cualquier condición y en cualquier estado puede acudir a Él y siempre encontrará acogida y salvación.
En segundo lugar, aprendemos lo importante que es dejarnos conducir a la soledad por Jesús. Ahí, frente a frente, le descubrimos nuestras llagas y Él toca nuestras partes enfermas y débiles. Es el lugar donde nos envuelve el amor del Padre que desciende del Cielo, nos llega por Jesús y nos penetra a través de su soplo, el Espíritu Santo, la fuerza curativa que mana de Él. Esto es lo que nos renueva, fortalece y nos cambia la vida.
Por último, una palabra sobre la sordera: muchos tenemos cerrados los oídos de nuestro corazón y de nuestro espíritu, somos incapaces de escuchar a Dios y a los demás. Necesitamos que esa palabra que a todos nos dijeron el día de nuestro bautismo: “Éffeta” (ábrete), vuelva a resonar con toda su fuerza en nuestro interior, porque Dios tiene para nosotros palabras de vida eterna, de amor, misericordia, ternura y corrección, palabras con las que nos quiere edificar, orientar, sostener. “El Verbo habla sin cesar al hombre” (Juan Taulero). Y también nuestros hermanos nos interpelan para que les escuchemos y les demos cabida en nuestra vida. Están a nuestro lado para que recorramos juntos el camino. Liberados de la sordera espiritual que nos aísla y empobrece, nuestra lengua se desatará y “hablaremos bien”, “bendeciremos” en todo momento a nuestro maravilloso Dios y tendremos palabras de amor y comunión para nuestros hermanos. Seremos motivo de alabanza para ellos.
Dios ciertamente hace todas las cosas bien en Jesús, ya desde la creación del mundo. Abramos no sólo nuestros oídos sino todo nuestro ser a su acción y el suelo sediento de nuestra vida se convertirá en manantial de aguas vivas. Que así sea.
Meditación
“A través de unos dedos de carne, el sordomudo sintió que alguien tocaba sus orejas y su lengua. A través de unos dedos palpables percibió a la divinidad intocable una vez rota la atadura de su lengua y cuando las puertas cerradas de sus orejas se abrieron. Porque el arquitecto y artífice del cuerpo vino hasta él y, con una palabra suave, creó sin dolor unos orificios en sus orejas sordas; fue entonces cuando, también su boca cerrada, hasta entonces incapaz de hacer surgir una sola palabra, dio al mundo la alabanza a aquel que de esta manera hizo que su esterilidad diera fruto. También el Señor formó barro con su saliva y lo extendió sobre los ojos del ciego de nacimiento (Jn 9,6) para hacernos comprender que le faltaba algo, igual que al sordomudo. Para acabar de dar a estos cuerpos humanos lo que les faltaba, dio alguna cosa de sí mismo, igual como él mismo se da en comida [en la eucaristía]. Es por este medio que hace desaparecer los defectos y resucita a los muertos a fin de que podamos reconocer que gracias a su cuerpo «en el que habita la plenitud de la divinidad» (Col 2,9), los defectos de nuestra humanidad son suprimidos y la verdadera vida se da a los mortales por este cuerpo en el que habita la verdadera vida.” San Efrén el Sirio (Sermón «Sobre nuestro Señor», 10-11)
Oración
“El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre. Amén.” (Del Ritual del Bautismo)
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