
DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B
27 de junio de 2021
Evangelio: Mc 5,21-30.33-43
EN aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor y se quedó junto al mar.
Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia:
«Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva».
Se fue con él y lo seguía mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando:
«Con solo tocarle el manto curaré».
Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente y preguntaba:
«¿Quién me ha tocado el manto?».
Los discípulos le contestaban:
«Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”».
Él seguía mirando alrededor, para ver a la que había hecho esto. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que le había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad.
Él le dice:
«Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad».
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:
«Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?». Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:
«No temas; basta que tengas fe».
No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo:
«¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta; está dormida».
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo:
«Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»).
La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor.
Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.
COMENTARIO A LA PALABRA
En este domingo del tiempo ordinario San Marcos nos lleva a contemplar a Jesús frente a situaciones humanas y limitadas. El evangelista también nos conduce a la senda de la fe, que consiste en creer, pase lo que pase, en el único Dios, que habla a través de su Hijo y es el Dios de la vida. Jesucristo es la Palabra de Dios para el mundo, actúa según la voluntad del Padre y con su actuación proclama el Reino de Dios, que es vida y amor: la enfermedad, los problemas…la muerte no tienen la última palabra, pues nuestra vida y todo nuestro ser tiene su fuente en Dios único y verdadero.
La liturgia de hoy nos enseña la debilidad humana frente a la amenaza de la muerte. Pero también nos indica el camino hacia a Aquel que puede curarnos, levantarnos o animarnos en los momentos difíciles de nuestras vidas: JESUCRISTO.
Jesús tuvo y tiene poder sobre la enfermedad y la muerte, pues ha probado nuestras limitaciones con su Pasión, Muerte y Resurrección. «Jesucristo ha querido tener parte en nuestras tribulaciones, en nuestras muertes». (cf 2 Cor 8, 9). Se hizo como uno de nosotros, se hizo pobre para enriquecernos a nosotros (segunda lectura).
¡Fijémonos una vez más en este Evangelio! Cristo se conmueve ante el dolor humano, no se aleja. Asimismo actúa con nosotros, Él no es indiferente ante nuestros sufrimientos, demuestra todo el amor que brota de su corazón. Él siempre viene con delicadeza, para que confiemos en ÉL.
La fe es nuestra respuesta al infinito y a lo que nos propone Jesús: decir sí a los planes de Dios, confiar en el Padre, como Él ha confiado. Él nos conoce, como a la mujer hemorroísa y a Jairo (Evangelio), y no se cansa de llamarnos hacia Él, ante nuestros miedos, enfermedad, muerte, dolor, inseguridad…sea lo que sea… Cristo nos espera, quiere que escuchemos su voz que nos dice: «no temas: basta que tengas fe». Nuestra vida se construye en Cristo que significa dejarnos comprometer por su amor, reconocer que por nuestras fuerzas no podemos hacer nada, reconocer que hay una fuerza superior a la nuestra y que todo lo puede. Fuimos creados por Dios y para Dios, un día volveremos hacia Él.
Por ello, vivir con el deseo y la esperanza en Él es una de las claves para superar el miedo y las vicisitudes de la vida, teniendo la certeza: Cristo es la fuerza, es la fuente de amor y es la fortaleza para que nuestra fe crezca cada día. La mujer hemorroísa puso toda su confianza en Él: «…con solo tocarle el manto curaré». Y Jairo, que se echó a los pies de Jesús le suplicó, esperó y confió. La fe está centrada en Jesús y en su gloria que viene de la unión con el Padre.
Que el Espíritu nos ayude a sentir la presencia actuante de Dios en nuestra vida. Esta presencia que nos dice continuamente: “Hija, tu fe te ha salvado”, “no temas: basta que tengas fe” “levántate”; palabras sanadoras y edificantes que nos conducen a comprender, ver y asombrarnos con las maravillas de Dios. Que el Espíritu del Señor nos haga verlo todo con los ojos de la fe.
Meditación
«La fe no es un simple asentimiento intelectual del hombre a las verdades particulares sobre Dios; es un acto con el que me confío libremente a un Dios que es padre y que me ama; es adhesión a un Tú que me da esperanza y confianza. Tener fe es encontrar a este Tú, Dios, que me sostiene y me concede la promesa de un amor indestructible que no solo aspira a la eternidad, sino que la da; es confiarme a Dios con la actitud de un niño, el cual sabe bien que todas sus dificultades y problemas están a resguardo en el tú de su madre». (Benedicto XVI)
Oración
Oh Dios, fuerza de los que en ti esperan, escucha nuestras súplicas y pues el hombre es frágil y sin ti nada puede, concédenos la ayuda de tu gracia para guardar tus mandamientos y agradarte con nuestras acciones y deseos. Por Nuestro Señor Jesucristo. AMÉN. (Oración colecta de XI Domingo del Tiempo Ordinario)
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