
DOMINGO II DE ADVIENTO – CICLO B
6 de Diciembre de 2020
Evangelio: Marcos 1,1-8
Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: ‘Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.»»
Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.
Y proclamaba: -«Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»
COMENTARIO A LA PALABRA
Encontramos en la Liturgia de la Palabra de este domingo dos figuras especialmente destacadas en el Adviento: el Profeta Isaías y Juan Bautista. A Isaías le define S. Jerónimo, en el comentario a su libro como “el evangelista y apóstol del Antiguo Testamento”. Y esto es así porque en Isaías 7 encontramos la profecía del Emmanuel, aplicable a la Encarnación de Jesús: “La Virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pone por nombre Emmanuel”; en capítulos posteriores encontramos los cuatro cantos del Siervo de Yahveh, que se aplican a la pasión de Cristo, especialmente el cuarto (Isaías 53). Por otro lado, Juan Bautista podría considerarse el “profeta del Nuevo Testamento”. El mismo Jesús le ponderó diciendo: “No ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista”.
Hoy leemos el inicio del Evangelio de Marcos, que comienza su escrito con las palabras: “Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”. La palabra “Evangelio” significa “Buena noticia”. Y el objetivo de Marcos al escribir este Evangelio, esta “buena noticia” que nos va a acompañar durante este año es que nos preguntemos quién es Jesús, y que lleguemos a la conclusión de reconocerlo “Hijo de Dios”, como lo proclamará el centurión en al pie de la cruz.
Y en la primera página de Marcos nos encontramos a Juan, “mi mensajero, la voz que grita en el desierto”, anunciando la llegada de aquel “a quien no soy digno de desatar la correa de las sandalias”. Esta es la “buena noticia” de hoy: ¡JESÚS VIENE!
La aparición de Juan predicando en el desierto es un acontecimiento grande, muchos acuden a él, porque la expectación del Mesías en aquel tiempo era grande. Juan bautiza y predica la conversión. Su bautismo es de penitencia, de purificación, para preparar los caminos del Señor. Y… ¿qué es la conversión? ¿Ser más buenos? ¿Hacer cosas…? ¿Qué cosas…?
La conversión que se nos anuncia y predica en Adviento es simple, y a la vez compleja: dejarse amar por Dios. A veces nos resulta más fácil “hacer” que “dejarnos hacer”: permitir que entre en nuestra historia, que su Amor inunde nuestros corazones e impregne nuestra vida de esperanza y confianza en Dios. Confianza que aleja los temores ante la incertidumbre e inseguridad que nos rodean e impiden que nos abandonemos en manos de Aquel que “puede hacer mucho más de lo que pedimos o concebimos” (Efesios 3, 20)
Pero, a diferencia de los que escuchaban y se eran bautizados por Juan, nosotros tenemos hoy una gran “ventaja”: hemos recibido un bautismo que no ha sido con agua, sino con Espíritu Santo. San Pablo lo formulará así: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Romanos 5,5). Es decir, este amor de Dios ¡ya lo tenemos! ¡Esta es la buena noticia! ¡Dios mismo vive en nosotros, y nosotros en Dios! Lo que nos falta es dejar que haga su obra, renunciar a todo lo que hay de egoísmo, orgullo, pecado en definitiva, para que nuestra vida cambie. Cuántas veces buscamos la felicidad fuera, y en realidad la tenemos dentro, porque podemos mirar cada acontecimiento de la vida con los ojos de Dios. La Buena Noticia es que el Señor viene… ¡en cada momento! En cada circunstancia podemos percibir los signos de su amor.
Pidamos al Señor en esta Eucaristía que abra los ojos de nuestra fe para poder encontrarnos con ÉL cada día.
MEDITACIÓN
La Iglesia celebra cada año el misterio de este amor tan grande hacia nosotros, exhortándonos a tenerlo siempre presente. A la vez nos enseña que la venida de Cristo no sólo aprovechó a los que vivían en el tiempo del Salvador, sino que su eficacia continúa y aún hoy se nos comunica si queremos recibir, mediante la fe y los sacramentos, la gracia que él nos prometió, y si ordenamos nuestra conducta conforme a sus mandamientos.
La Iglesia desea vivamente hacernos comprender que así como Cristo vino una vez al mundo en la carne, de la misma manera está dispuesto a volver en cualquier momento, para habitar espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de sus gracias, si nosotros, por nuestra parte, quitamos todo obstáculo.
Por eso, durante este tiempo, la Iglesia, como madre amantísima y celosísima de nuestra salvación, nos enseña, a través de himnos, cánticos y otras palabras del Espíritu Santo y de diversos ritos, a recibir convenientemente y con un corazón agradecido este beneficio tan grande, a enriquecernos con su fruto y a preparar nuestra alma para la venida de nuestro Señor Jesucristo con tanta solicitud como si hubiera él de venir nuevamente al mundo. (S. Carlos Borromeo)
Oración
En verdad es justo darte gracias,
es nuestro deber cantar en tu honor
himnos de bendición y de alabanza,
Padre todopoderoso,
principio y fin de todo lo creado.
Tú has querido ocultarnos el día y la hora en que Cristo, tu Hijo,
Señor y Juez de la Historia,
aparecerá sobre las nubes del cielo revestido de poder y de gloria.
En aquel día, tremendo y glorioso al mismo tiempo,
pasará la figura de este mundo
y nacerán los cielos nuevos y la tierra nueva.
El Señor se manifestará entonces lleno de gloria,
el mismo que viene ahora a nuestro encuentro
en cada hombre y en cada acontecimiento,
para que lo recibamos en la fe
y para que demos testimonio por el amor,
de la espera dichosa de su reino.
Por eso, mientras aguardamos su última venida,
unidos a los ángeles y a los santos,
cantamos el himno de tu gloria.
(Prefacio II de Adviento)
¿Desea escribir un comentario?