VIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C
2 de marzo de 2025
EVANGELIO: Lc 6, 39-45
En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola:
«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano. Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca».
COMENTARIO A LA PALABRA
Hoy el Señor nos invita a dirigir la mirada hacia lo profundo y fundamental: el corazón, raíz de nuestra vida. El papa Francisco, en su encíclica “Dilexit nos”, siguiendo a grandes maestros, nos recordaba que el corazón es el centro del querer, el lugar donde se fraguan las decisiones importantes. Es nuestro centro unificador, el que da sentido y orientación a todo lo que vivimos. El núcleo que está por detrás de toda apariencia. Donde no se puede disimular, donde reside la propia verdad desnuda, donde somos nosotros mismos. Con razón, el libro de los Proverbios nos exhorta: “Con todo cuidado vigila tu corazón, porque de él brotan las fuentes de la vida.” (Pr 4, 23).
En la misma línea, el Maestro pone el acento en atesorar allí bondad para que irradie en nuestra vida. Bueno es solamente Dios, pero nosotros estamos hechos a su Imagen y Semejanza. Para que esta verdad brille en nosotros tenemos necesidad de ser purificados, “quitar la viga”, lo que la opaca y nos desfigura. Fuimos creados buenos, pero todos experimentamos en nuestra carne la dolorosa herida del pecado. Esa “otra ley” de la que nos habla san Pablo, la que nos arrastra contra los buenos deseos para hacer lo que no queremos: el mal.
No obstante, como proclama la 2ª lectura: ¡Dios nos da la victoria en Jesucristo! En Él, nos da abundantes medios para llenar de bondad nuestro corazón. Nos lava con su Palabra y con su sacrificio. Sus enseñanzas disipan nuestras tinieblas. La intimidad con Jesús hace que nos empapemos de sus sentimientos y que vayamos tras sus huellas. Además, Él nos ha donado su Espíritu, el cual nos ilumina para que conozcamos y amemos lo bueno y bello. No sólo nos llena de santas inspiraciones, también nos da fuerza y capacidad para hacerlas realidad.
El mismo corazón de nuestro Redentor es una fuente inagotable a nuestra disposición. De ella bebemos torrentes de gracia, a través de los sacramentos, de la oración, de la liturgia. Y así surgen de nuestras propias entrañas ríos de agua viva: amor, entrega, servicio, alegría profunda, paz, humildad, mansedumbre, paciencia, generosidad, reconciliación, concordia, abnegación, hospitalidad, sanación, alabanza, testimonio, fidelidad, fecundidad… Tanto bien, a veces cotidiano y discreto, otras veces, hazañas inimaginables. No apariencia, ¡bien auténtico! Don de Dios, pero gracia que nos hace sudar. Su obra en nosotros y a través de nosotros.
De esta manera brillamos no con luz propia, sino transparentando la luz del Señor, y podemos ayudar humildemente a disipar las tinieblas de nuestros hermanos. Nunca desde el juicio sino desde el amor.
Que el Señor nos conceda un corazón rebosante de bondad y que demos fruto abundante para gloria suya y bien de nuestros hermanos.
Meditación
¿De qué está lleno tu corazón? ¿Qué manifiestan tus palabras y tus obras?
Oración
“Dame, dulcísimo Dios, un corazón vigilante
al que ningún pensamiento curioso
pueda alejar de ti.
Dame un corazón noble
que ningún deseo indigno
pueda nunca envilecer.
Dame un corazón invicto
al que ninguna tribulación
pueda fatigar.
Dame un corazón libre
al que ninguna violenta tentación
pueda esclavizar.
Dame un corazón honesto
al que ninguna perversa intención
pueda torcer.
Amén.”
(Santo Tomás de Aquino)
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