Solemnidad de la Epifanía del Señor
6 de Enero de 2023
EVANGELIO: Mateo 2, 1-12
Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo». Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y toda Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenia que nacer el Mesías. Ellos le contestaron:
«En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las poblaciones de Judá, pues de ti saldrá un jefe que pastoreará a mi pueblo Israel”». Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: «Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo». Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino.
COMENTARIO A LA PALABRA
En este día, la Iglesia nos invita a celebrar la Solemnidad de la Epifanía del Señor: la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y salvador del mundo (Catecismo de la Iglesia Católica nº 528). Y, ante este misterio, este prodigio admirable de amor infinito hacia todos los hombres, estamos llamados, como los magos de Oriente, a postrarnos en adoración ante Dios hecho niño, que se hizo cercano y quiso revelarse a todos nosotros para salvarnos.
El Catecismo nos enseña en sus números 2096 -2097 por qué debemos adorar y a quién debemos hacerlo: Adoración es el primer acto de la virtud de la religión. Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso. Adorar a Dios es reconocer, con respeto y sumisión absolutos, la “nada de la criatura”, que sólo existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magníficat, confesando con gratitud que Él ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo (Lc 1, 46-49).
Por tanto, esta fiesta nos recuerda, por una parte, cómo debemos vivir los cristianos en este día y todos los días de nuestra vida: en inmensa alegría y adorando a Dios con un corazón humilde y agradecido. Pues solo a Él debemos adorar. Y toda la Liturgia es una invitación a decir: me postro ante ti y te adoro Señor, porque en tu infinito amor, no por mis méritos, sino porque así lo has querido, has hecho brillar tu estrella sobre mí: la luz de la Fe; para que crea en Ti, te ame y me abra a tu salvación. Y por otra, es una llamada a abandonar los ídolos y falsos dioses que nos esclavizan y nos hacen vivir en las tinieblas del error (las riquezas, el poder, el placer, los afectos.. etc), para volver a nuestro Padre, que hoy nuevamente se manifiesta a nosotros como nuestro único y verdadero Dios. Él es el único que realmente nos ama de verdad, y su amor nos salva y nos hace vivir en la luz de la verdad.
Jesús, por medio de su Iglesia, por la palabra y los sacramentos, constantemente hace brillar su estrella sobre nosotros, para que, iluminados por ella, vivamos en la luz y nos encontremos con Él cada día, para amarlo y adorarlo.
Pidamos pues, al Espíritu Santo que nos ayude a mantenernos en la Luz de Cristo y seamos también luz para los demás.
MEDITACIÓN
«Hemos visto su estrella en oriente y venimos a adorarlo». Lo que nos maravilla siempre, al escuchar estas palabras de los Magos, es que se postraron en adoración ante un simple niño en brazos de su madre, no en el marco de un palacio real, sino en la pobreza de una cabaña en Belén. ¿Cómo fue posible? ¿Qué convenció a los Magos de que aquel niño era «el rey de los judíos» y el rey de los pueblos? Ciertamente los persuadió la señal de la estrella, que habían visto «al salir», y que se había parado precisamente encima de donde estaba el Niño. Pero tampoco habría bastado la estrella, si los Magos no hubieran sido personas íntimamente abiertas a la verdad. A diferencia del rey Herodes, obsesionado por sus deseos de poder y riqueza, los Magos se pusieron en camino hacia la meta de su búsqueda, y cuando la encontraron, aunque eran hombres cultos, se comportaron como los pastores de Belén: reconocieron la señal y adoraron al Niño, ofreciéndole los dones preciosos y simbólicos que habían llevado consigo. Queridos hermanos y hermanas, también nosotros detengámonos idealmente ante el icono de la adoración de los Magos. Encierra un mensaje exigente y siempre actual. Exigente y siempre actual ante todo para la Iglesia que, reflejándose en María, está llamada a mostrar a los hombres a Jesús, nada más que a Jesús, pues él lo es Todo y la Iglesia sólo existe para permanecer unida a él y para darlo a conocer al mundo. (Benedicto XVI)
ORACIÓN
“Oh, Dios, que revelaste en este día tu unigénito a los pueblos gentiles por medio de una estrella, concédenos con bondad, a los que ya te conocemos por la fe, poder contemplar, la hermosura infinita de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén”. (Oración colecta)
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