DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B
18 de agosto de 2024
EVANGELIO: Jn 6, 51-58
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: –Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo. Disputaban entonces los judíos entre sí: –¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Entonces Jesús les dijo: –Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come, vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre.
COMENTARIO A LA PALABRA
«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre». Es la palabra de Jesús que nos recuerda a todos los hombres, que estamos llamados por medio de Él a vivir eternamente, a la vida para siempre, a la vida misma de la Santísima Trinidad; a la vida que solo Jesús nos puede dar.
Dios Padre, por su misterio de amor infinito ha querido hacernos partícipes de su vida misma, la vida del cielo. Vivir en Él para siempre y gozar de su presencia eternamente, es el designio amoroso de Dios para todos los hombres: para esto hemos sido creado. Por esto, el Padre ha enviado a su Hijo Jesucristo hasta nosotros, para que Él sea nuestro Pan de vida, Pan que nos alimenta y nos nutre de vida y vida eterna. Y sólo Jesús puede darnos esa vida que Dios Padre nos ha prometido. Sólo Jesús es el torrente inacabable de vida eterna. ¿Y cómo Jesús puede darnos vida eterna? – Él nos lo dice: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día». La Eucaristía, donde comemos el Cuerpo de Cristo y donde bebemos su Sangre es el mayor regalo de Dios hacia todos los hombres. En ella, Dios Padre nos entrega a su Hijo Jesucristo como alimento, como prenda de la resurrección futura. Es más, donde nos comunica su Vida Divina, hasta el punto de unirnos íntimamente a Él, «El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él».
En medio de este mundo, en donde constantemente se nos ofrece múltiples ofertas falsas de vida y lo único que hacen es robarnos la vida, el Evangelio nos invita a fijar los ojos en Jesús. Pues Él no nos roba la vida, al contrario, Él nos da vida, nos da su vida. Jesús nos amó y nos ama gratuitamente. Él entregó su vida por todos nosotros sin distinción, para ser ese trigo que muere todos los días para convertirse en Pan de Vida para todos los hombres. Jesús todos los días viene a nuestro encuentro por medio de la Eucaristía para decirnos: abre tu vida, tu corazón, todo tu ser a este misterio de amor; recibe mi Cuerpo y mi Sangre, porque yo quiero que vivas conmigo y en mí para siempre. Nadie puede darte la Vida que yo te ofrezco. Pues, «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre».
Ante este misterio de amor que se nos ofrece ¿qué debemos hacer? – sólo dos cosas: caer de rodillas en adoración y abrir nuestro corazón, nuestra vida al a Jesús mismo que se ha hecho Pan de vida para todos nosotros. Pidamos al Señor que nosotros y todos los hombres que aún no le conocen nunca nos privemos de recibir al Pan que nos da Vida y vida eterna.
Meditación
Dios Padre, que nos ha preparado el alimento, nos invita con insistencia a su banquete: «Venid a comer de mi pan» Dios desea colmarnos de Vida. Las fuerzas del cuerpo se agotan, la vida física decae, pero Cristo nos quiere dar otra vida: «el que come este pan vivirá para siempre». Sólo en la Eucaristía se contiene la vida verdadera y plena, la vida definitiva. Además, sólo alimentándonos de la Eucaristía podemos tener experiencia de la bondad y ternura de Dios «Gustad y ved qué bueno es el Señor». Pero, ¿cómo saborear esta bondad sin masticar la carne de Dios? Es increíble hasta dónde llega la intimidad que Cristo nos ofrece: hacerse uno con nosotros en la comunión, inundándonos con la dulzura y el fuego de su sangre vestida en la cruz. Comer a Cristo es sembrar en nosotros la resurrección de nuestro propio cuerpo. Por eso, en la Eucaristía está todo: mientras «los ricos empobrecen y pasan hambre, los que buscan al Señor no carecen de nada». En comer a Cristo consiste la máxima sabiduría. Pero no comerle de cualquier forma, no con rutina o indiferencia, sino con ansia insaciables, con hambre de Dios, llorando de amor. (Julio Alonso Ampuero)
Oración
Alma de Cristo, santifícame. No permitas que me aparte de Ti
Cuerpo de Cristo, sálvame. Del maligno enemigo, defiéndeme.
Sangre de Cristo, embriágame. En la hora de mi muerte, llámame.
Agua del costado de Cristo, lávame. Y mándame ir a Ti.
Pasión de Cristo, confórtame. Para que con tus santos te alabe.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme. Por los siglos de los siglos. Amén
Dentro de tus llagas, escóndeme.
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