DOMINGO XXV TIEMPO ORDINARIO – CICLO B
22 de Septiembre de 2024
EVANGELIO: Mc 9, 30-37
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos.
Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará».
Pero no entendían lo que decía, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa, les preguntó: «¿De qué discutíais por el camino?».
Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.
Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos».
Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
«El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».
COMENTARIO A LA PALABRA
A veces podríamos pensar que los tres años de vida pública de Jesús estuvieron marcados por una intensa actividad ininterrumpida; que las curaciones, exorcismos y enseñanzas absorbían por completo el tiempo del Señor y sus discípulos. Si nos detenemos en la lectura del Evangelio vamos descubriendo que esta primera Comunidad reunida en torno a Cristo tenía varios momentos de “estar con el Maestro”; en efecto, para lo primero que los llamó fue “para que estuvieran con Él” (Mc 13,14) y luego enviarles a predicar.
En el Evangelio de hoy podemos vivir uno de esos momentos. El Maestro los toma aparte porque necesita instruirlos, ¿sobre qué? Sobre el camino de su propia kenosis, es decir, de su abajamiento, de la entrega de su vida por nosotros. “Él, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte,y una muerte de cruz” (Flp 2, 6-8)
Rápidamente nos vemos reflejados en sus discípulos, quienes tras recibir una lección magistral, tienen miedo, no entienden nada y les cuesta hablar de lo que conlleva sufrimiento o no entra en los propios esquemas.
Jesús lo sabía, los comprendía, y no fuerza más la situación. Sin duda se produjo uno de esos silencios incómodos y prolongados… hasta que alguno lo rompió hacia una conversación más corriente y sencilla de llevar: la discusión sobre el más importante.
Según sigue el relato se puede comprender que Jesús no estaba en la conversación, ya que al llegar a casa les hace una pregunta tan sencilla como importante: ¿de qué discutíais por el camino? ¡Menudo apuro el que pasaron los discípulos!
Jesús, como buen Maestro, aprovecha esta discusión para que, con un ejemplo práctico se adentren en el camino de la kenosis: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”(Mc 9, 35)
Este servicio no conoce acepción de personas, se dirige más bien a los que son como niños, a los que lo necesitan. A aquellos que son como niños en el pensar, en el sentir o en el saber. O quizá niños en la fe… Tal vez en algún momento nos pide el Señor, como pidió a Ananías, orar o auxiliar a alguien como Saulo de Tarso, para que pueda ver (Hch 9, 1-19).
Esto es Evangelio, Buena Noticia, porque a pesar de que rompe nuestros esquemas y nos parece una locura, pero vivirlo nos lleva a una plenitud que no encontraremos en otro sitio.
La fuerza para llevarlo a cabo no nos la fabricamos nosotros, sino que es un don de Dios, una respuesta de amor a un Amor más grande que todo lo puede, todo lo soporta, todo lo espera.
¿Estarías dispuesto a pedir este don? ¿A hacer la prueba y experimentar la inmensa gracia de Dios? Y así gritar jubiloso: ¡El Señor sostiene mi vida!
MEDITACIÓN
“Hermanos, no temáis los pecados de los hombres, amadlos también en el pecado, pues esta semejanza del amor divino es la cumbre del amor en la tierra. Amad a todas las criaturas de Dios en su conjunto y cada uno de los granos de arena. Amad cada hoja del árbol, cada rayo de la luz de Dios. Amad a los animales. Y a las plantas, amad todas las cosas. Si amas cada cosa conocerás en ellas el secreto de Dios. Y una vez conocido, comenzarás a aumentar sin cesar tu conocimiento, y así cada día… Amad particularmente a los niños, pues también son inocentes, como los ángeles, y viven para nuestro consuelo, para purificar nuestras almas y servirnos de guía. ¡Ay de quien ofende a un niño!… Ante algunos pensamientos uno se queda perplejo, sobre todo al ver los pecados de los hombres, y se pregunta: “¿es mejor ganarlos por la fuerza que por el amor humilde?” Decide siempre: “los ganaré por el amor humilde”. Y cuando lo hayas decidido así una vez para siempre, estarás en condiciones de ganar el mundo entero. La humildad amorosa es una fuerza terrible, la más fuerte de todas, no hay nada que se le parezca.” (F. Dostoyevski, Los hermanos Karamázov, Ed. Debate, Madrid 2000, pp. 462-463)
ORACIÓN
“Dame Señor lo que me pides y pídeme lo que quieras”
(San Agustín de Hipona)
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