IV DOMINGO DE CUARESMA – CICLO C –
30 de marzo de 2025
EVANGELIO: Lucas 15, 1-3. 11-32.
En aquel tiempo solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente (…) Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. Se levantó y vino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió con besos (…) “Comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Éste le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”. Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Entonces él respondió a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”. Él le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».
COMENTARIO A LA PALABRA
Ya hemos traspasado el ecuador de la cuaresma y, por eso la liturgia quiere dar un tono de alegría a esta celebración denominándola “domingo laetare”. Es la alegría del retorno a casa, de sentirse perdonado, de haber encontrado un padre que verdaderamente me ama.
Hoy se aleja de nosotros el oprobio -como dice la primera lectura-; sin embargo, la alegría no es aún completa porque el hijo mayor se niega a entrar en la fiesta.
El evangelio comienza concretando a quiénes va dirigido: por un lado, están los publicanos y pecadores que se acercan a Jesús y por otro los escribas y fariseos que murmuran de él.
A continuación, Jesús presenta tres parábolas sobre la misericordia de Dios: la oveja perdida, la dracma perdida y el hijo perdido. Las dos primeras se suprimen en este domingo, pero es bueno quedarnos con su final: “Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta” (Lc 15,7) o bien “Del mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta” (Lc 15, 10). ¿Por qué, en la parábola de hoy, no hay un final similar? El evangelista nos deja el texto en suspense, tal vez espera la conversión de los que le escuchan; lo único que dice es: “era preciso celebrar un banquete y alegrarse” (Lc 15, 32). Esta alegría, que tanto celebran los ángeles del cielo, no es participada por los escribas y fariseos del tiempo de Jesús. ¿Y por nosotros? ¿Nos alegramos ante la conversión de los que retornan a la Iglesia? Este año jubilar debería ser un foco de atracción a la conversión y, no solo para los que están fuera de la Iglesia, sino también para los que permanecemos en ella.
La parábola comienza repartiendo una herencia. Esto es contrario al querer del padre, que luego dice al hijo mayor “todo lo mío es tuyo”. Quedarse con una parte de la creación y, desligarla del Creador, es una mala propuesta. Al final acabamos adueñándonos de lo que no es nuestro y abocándonos a una vida de perdición.
Una vez que descubrimos nuestros límites podemos tomar uno de los dos caminos: rebelión, ira y desesperación, por un lado; humildad, contrición y conversión por el otro. Felízmente, el hijo pródigo tomó este segundo camino y se sorprendió del corazón de su padre, que no se deja vencer en generosidad.
Una última palabra, sobre la obediencia del hijo mayor. Su fidelidad no era auténtica, como lo demuestran sus mismas palabras: “a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos”; es decir, que no obedecía al Padre como respuesta a su amor por él, sino que, esperaba como un siervo, el día del desquite, porque sus mandamientos eran pesados y deseaba algún día banquetear con sus amigos, sin incluir en la fiesta a su padre.
¡Que este evangelio nos ayude a entrar en la misericordia de Dios Padre y nos enseñe a ser cada vez más hijos suyos y hermanos de todos los hombres!
MEDITACIÓN
“La parábola del Hijo Pródigo es una enseñanza que aparece en el evangelio de Lucas, y en ella Jesús representa la relación de un hijo con su padre, en la que es fracturada, pero luego se reconcilian para entrar en una nueva etapa de relación, demostrando la esencia de un amor inquebrantable.
De ella se pueden desprender varias fases: la rebeldía, la debilidad, el arrepentimiento, el perdón. Que son situaciones que vive un ser humano, y Jesús busca hacer reflexionar ante las relaciones humanas, dando importancia a la relación Padre-Hijo. Haciendo semejanza a lo que hace el Padre Celestial hace con sus hijos.” (José González).
ORACIÓN
Un hijo se alejó de su casa:
¡Creyó tener un viaje pendiente! Pidió la herencia correspondiente: ¡el fuego de su pasión le abrasa!
Su más dura frontera traspasa: “no actuó de forma inteligente”. el hambre le despertó su mente, su camino hacia el padre acompasa. |
Otro hijo se quedó en casa.
se creía firme y obediente; no como hijo, sino sirviente: ¡ni siquiera un ternero con grasa!
El amor del padre le traspasa: -Todo lo mío está en ti vigente. no quieras ser otro hijo ausente: ¡Alégrate del retorno a casa!
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