Solemnidad de Pentecostés – Ciclo C
8 de Junio de 2025
EVANGELIO: Juan 14,15-16. 23-26
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si me amáis guardareis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros. El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho».
COMENTARIO A LA PALABRA
Transcurridos los cincuenta días de Pascua, ha llegado su culmen con la Solemnidad de Pentecostés que celebramos hoy.
Durante este tiempo la Iglesia nos introdujo, a través de la liturgia, en el misterio (ya revelado) de la tercera Persona de la Santísima Trinidad: el Espíritu Santo. Jesús fue preparando a los suyos para recibir el Espíritu Santo. Se lo había prometido y lo cumplió, para que fuera compañero de misión en las situaciones adversas. Durante la Pascua acompañamos sus vidas en la narrativa de los Hechos de los Apóstoles, donde la gracia del Espíritu Santo superabundó en la vida de los apóstoles, haciéndolos verdaderos testigos de la resurrección de Jesucristo.
En esta Solemnidad la Iglesia, por medio de la Liturgia, nos invita a abrirnos a la acción del Espíritu Santo. Por ello, nos viene bien preguntarnos: ¿Estamos preparados, abiertos, dejando que el Espíritu Santo actúe en nuestra vida, o tenemos miedo que él nos transforme?
Hoy es un domingo para pedir el Espíritu Santo, aunque ya lo hemos recibido (Ga 4, 6), el “RUAH”, el soplo, el aire, el viento (término hebreo cf. Catecismo de la Iglesia Católica n. 691). Pues es el Espíritu Santo el que nos permite vivir nuestra condición de bautizados y nuestra realidad desde Cristo y en Cristo.
Fue este soplo el que cambió la vida de los discípulos: los recreó, los transformó, les quitó el miedo, la inseguridad y todo lo que les impedía ser testigos de la resurrección del Señor. El Espíritu Santo es la fuente que puede transformarnos interiormente, permitiéndonos que el Reino de Dios llegue a nuestros corazones (Is 11, 2; Ez 36, 26s). Es como el viento que sopla donde quiere, pero no se sabe de dónde viene ni a dónde va (Jn 3, 8).
Él nos vivifica para que Cristo sea glorificado en nuestras acciones más sencillas. “Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar frutos (…) el Espíritu Santo es nuestra vida: cuanto más renunciamos a nosotros mismos (Mt 16, 24-26), más “obramos también según el Espíritu” (Ga 5, 25) (Catecismo de la. Iglesia Católica n. 736)
Es el Espíritu Santo que con su fuerza nos impulsa en nuestra misión y nos regala el don de amar como Jesús nos amó y quiere que nos amemos: es el mandamiento nuevo expresado en el evangelio de hoy. Que el Señor, a través del Espíritu Santo, nos lo recuerde y nos haga crecer en el amor. ¡VEN, ESPÍRITU SANTO!
Meditación
“La gracia del Señor, por su Espíritu, cuando toma posesión de un alma, la transfigura.”(San Juan XXIII).
Oración
“Tú eres un Espíritu divino, fortifícame contra los malos espíritus; tú eres fuego, enciende en mí el fuego de tu amor; tú eres luz, ilumíname, hazme conocer las verdades eternas; tú eres una paloma, dame costumbres puras; eres un soplo lleno de dulzura, disipa las tempestades que levantan en mí las pasiones; eres una nube, cúbreme con la sombra de tu protección; en fin, a ti que eres el autor de todos los dones celestes: ¡ah, ven Espíritu Santo!” (Oración al Espíritu Santo de San Alfonso María de Ligorio)
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