SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN
8 de Diciembre de 2024
EVANGELIO: Lucas 1, 26-38
En el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor estáP contigo».
Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel.
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».
El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible».
María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel se retiró.
COMENTARIO A LA PALABRA
Cuatro son los dogmas de fe relativos a la Virgen María: es Madre de Dios, Siempre Virgen, Inmaculada desde el momento de su Concepción y llevada al cielo en cuerpo y alma.
El tercero de ellos es el que hoy celebramos, su Concepción Inmaculada, que fue proclamado el 8 de diciembre de 1854 por el Papa Pío IX, aunque en la fe popular esta prerrogativa de la Virgen hunde sus raíces en los primeros siglos del cristianismo. La oración colecta de hoy expresa breve pero intensamente lo que hoy celebramos: “Oh Dios, que por la Concepción Inmaculada de la Virgen María preparaste a tu Hijo una digna morada, y en previsión de la muerte de tu Hijo la preservaste de todo pecado, concédenos, por su intercesión, llegar a ti limpios de todas nuestras culpas”.
María, por ser criatura, necesitó, como todos los hombres, ser redimida por Cristo del pecado. Pero ella lo fue “por adelantado”, sin que la gracia de Dios permitiera ni siquiera que el pecado original la tocara. Tampoco los pecados personales tuvieron entrada en su alma. Es por ello Inmaculada, sin pecado, Templo del Señor desde el primer momento de su existencia. Por eso el ángel Gabriel, en la Anunciación, la llama “llena de gracia”. No como adjetivo, como una de tantas cualidades, sino como nombre, como algo que la define en su ser más íntimo: llena de gracia, llena de Dios. Como estaban Adán y Eva antes del pecado, participando plenamente de la amistad íntima con Dios, recién salidos de sus manos creadoras. María, desde el inicio de su ser, ha estado siempre envuelta totalmente en el amor redentor y santificador de Dios.
No es casual que esta fiesta la celebremos en Adviento. De hecho, este año, al ser domingo, esta Solemnidad hace que el segundo domingo de Adviento pase casi desapercibido. Pero fijémonos que María es la preparación inmediata a la Encarnación del Señor. Y, también según la oración colecta, Dios preparó a su Hijo una “digna morada”. En sus entrañas se encarnó el Verbo de Dios, pero toda su vida estuvo consagrada a la Misión del Hijo, no solo en la gestación.
María pone ante nuestros ojos lo que toda la Iglesia espera y desea ser, lo que cada uno de nosotros ansía recibir de Dios, que ella ya recibió. Por ello, pedimos en cada Ave María: “ruega por nosotros, pecadores”. Ella, que no lo es, intercede por nosotros ante su Hijo para que podamos llegar también al cielo, “limpios de todas nuestras culpas”.
Meditación
Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo. Oíste que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo (…) También nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, la palabra misericordiosa de tu respuesta. Se pone en tus manos el precio de nuestra salvación. En seguida seremos librados, si tú das tu consentimiento. (…) Da pronto tu respuesta. Responde presto al ángel o, por mejor decir, al Señor por medio del ángel. Responde una palabra y concibe la Palabra divina. Emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna. (…) Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas a tu Creador. Mira que el Deseado de todas las naciones está llamando a tu puerta. (…).
“Aquí está”, dice la Virgen, “la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra”. (S. Bernardo, Homilía 4).
Oración
Tota pulchra es, Maria, et macula originalis non est in te. Tu gloria Jerusalem, tu laetitia Israel, tu honorificentia populi nostri, tu advocata peccatorum. ¡Oh! Maria, virgo prudentissima, mater clementissima, Ora pro nobis, intercede pro nobis ad Dominum Jesu Christum. |
Eres toda belleza, María y el pecado original no está en ti. Tú, la gloria de Jerusalén, tú, alegría de Israel, tú, honor de nuestro pueblo, tú, abogada de los pecadores ¡Oh! María, virgen prudentísima, madre clementísima. Ruega por nosotros, intercede por nosotros ante nuestro Señor Jesucristo. |
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