XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C
5 de octubre de 2025
EVANGELIO: Lc 17, 5-10.
En aquel tiempo, los apóstoles le dijeron al Señor: «Auméntanos la fe». El Señor dijo: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería.
¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “Enseguida, ven y ponte a la mesa”?
¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”? ¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».
COMENTARIO A LA PALABRA
En el Evangelio de hoy, los apóstoles piden al Señor: “Auméntanos la fe”. Como a ellos, a nosotros también nos encantaría tener una fe grande. Así podríamos mover montañas y caminar sobre el agua, atravesando con paso firme este mundo hacia la meta final, pasando por encima de toda prueba. Sí, nos gustaría ser grandes creyentes, pero tenemos que conformarnos muchas veces con una fe débil y vacilante, como una llamita. Una fe pequeña, temblorosa, que a veces se abre camino dando tumbos entre oscuridades y tibiezas. No es brillante, no es todopoderosa. La sorpresa de hoy es que Jesús nos dice que con eso basta: con una fe pequeña y humilde como un grano de mostaza, siempre que sea sincera y auténtica, viva.
La fe es un acto de amor que se traduce en adhesión, confianza y obediencia. Es abrir los brazos al Dios que sale a nuestro encuentro, que se nos manifiesta y revela como Amor. Recibirle y entregarnos a Él. Proclamarle como nuestra vida, camino y verdad. Reconocernos criaturas y aceptarle como Señor. Descubrir que nos ha adoptado como hijos y amarle como Padre. Acoger sus palabras y dejarnos enseñar por Él, nuestro maestro. Elegirle en cada momento y circunstancia de la vida. Permanecer en su amor. Aferrarnos a Él y a la salvación que nos trae. Esperar todo de Él. Cogernos de su mano y no soltarnos nunca, pase lo que pase. Confiar en Él sin límites. Proclamar su bondad en toda circunstancia.
Y todo esto, desde nuestros límites, con fallos y aciertos. Con el poquito de fe que tenemos, si la hacemos vida por el amor, la entrega y la obediencia, Dios hará maravillas: arrancará moreras y las plantará en el mar y todo lo que pidamos lo realizará. Y habiéndolo dado todo en su servicio y el de nuestros hermanos en nuestro caminar terreno (que es tiempo de trabajo, no de descanso), agotados y satisfechos, le diremos: “Somos siervos pobres, pero hemos hecho lo que debíamos hacer. Confiando en ti, en tu palabra, hemos obedecido tu mandato de amor. No pedimos más, esta es nuestra alegría.” Y el Señor, aunque no tiene por qué hacerlo, nos hará sentar a la mesa y él mismo nos irá sirviendo en el banquete del Reino, como promete en otro lugar de este mismo Evangelio (Lc 12, 37).
Así pues, dejando de lado toda altanería, asumamos nuestra pequeñez, ¡gloriémonos en ella! Y recordemos que en el combate de la fe no estamos solos. Hemos recibido un don en el bautismo, el Espíritu Santo que habita en nosotros y con su ayuda velamos por este precioso depósito. No es un espíritu de cobardía sino de fortaleza, de amor y de templanza. Dóciles a su acción y poniendo por nuestra parte lo poco que nos corresponde, veremos portentos.
MEDITACIÓN
“Por su revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía. La respuesta adecuada a esta invitación es la fe. Por la fe, con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela. Es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios. Es un don gratuito, inestimable y podemos perderlo; san Pablo advierte de ello a Timoteo: «Combate el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta; algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la fe» (1 Tm 1,18-19). Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor que nos la aumente (cf. Mc 9,24; Lc 17,5); debe «actuar por la caridad» (Ga 5,6; cf. St 2,14-26), ser sostenida por la esperanza (cf. Rm 15,13) y estar enraizada en la fe de la Iglesia.” (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica 142, 143, 150, 162).
ORACIÓN
«Creo, Señor, pero aumenta mi fe. Soy débil, pero tú eres fuerte. Ayúdame a creer con firmeza en todo lo que enseña la Iglesia, a pesar de mis dudas y temores. Dame la gracia de confiar en ti en todo momento y de seguir tus mandamientos con alegría y obediencia. Haz que mi fe sea activa y fructífera en obras, y que así crezca cada día más. Que mi fe sea humilde y siempre dispuesta a aprender y a crecer. Que mi fe sea un faro de luz que ilumine mi camino en la vida y me guíe hacia ti. Amén.» (Santo Tomás de Aquino)
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